Capítulo XII

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Ya había pasado una semana desde que Harry descubrió su rostro ante su pequeño rehén de ojos azules, y Louis quedó colgado en la indiferencia y el peligro de su secuestrador de ojos esmeralda y alma oscura.

Una semana dónde, Harry, no se había dignado a dirigirle la palabra ni una sola vez.

Sus días se resumieron a un Louis buscando con ansias el calor enfriado de su secuestrador, mientras que él evitaba a toda costa un contacto visual con su rehén. No quería verlo, y muchísimo menos, entablar una conversación con él.

Louis estaba confuso. No entendía su comportamiento, ni mucho menos los motivos que lo habían llevado a tanta indiferencia e ignorancia con él. Sin embargo, Harry, estaba igual.

Su mente era un completo caos desde aquella noche estrellada donde con miedo y en silencio, ambos se confesaron cosas con la mirada que jamás serían capaces de pronunciar en voz alta. Una noche donde, sin ninguno de los dos ser consciente, se confesaron amor eterno de la forma más cruel y dolorosa posible.

Harry sabía que nada podría salir bien de una conexión entre un secuestrador y su rehén, dónde todo está prohibido y nada tiene sentido ni cordialidad. Estaban destinados a ser eso, un secuestrador cruel y un rehén ingenuo.

Y realmente, eso eran ellos. Sin embargo, muy en el fondo de su corazón negro y encogido, un pequeño rayo lumínico amenazaba con cambiar su destino sin dejarle opción a nada, ni siquiera de frenar lo que en él mismo comenzaba a florecer despacio y sin frenos.

Un pequeño rayo lumínico del que él era consciente, y del que tenía claro que sería la causa de su perdición en un futuro, posiblemente no muy lejano. Sabía que si algo surgía de ese pequeño amor, sería eso mismo lo que lo acabaría matando de una forma u otra, dejándolo indefenso y expuesto a todo el dolor que un ser humano no sería capaz de soportar.

Sin embargo, lo que más le aterraba a él, era saber que llegados a ese punto, quizás no le importaba tanto acabar muerto y sin aliento si eso le otorgaba la oportunidad de poseer a su pequeño ángel durante un tiempo, hasta que el corazón dijera basta y no pudiera más.

Sí, por primera vez en su vida, Harry tenía miedo. Miedo de él; de su rehén.














Louis se cruzó de brazos sobre su cama, sentándose en ella al caer preso del aburrimiento. Llevaba dos días fingiendo estar enfermo para captar la atención de Harry y tratar de entablar una conversación con él, y de momento, no había funcionado.

El capo de la red trataba de no visitarlo mucho, siempre aprovechando los momentos donde estaba dormido y no podía intentar hacer nada con él. Tenía a hombres de confianza a su cargo, y ordenó jamás dejarlo sin protección por si acaso sufría una recaída en su supuesto catarro.

El ojiazul se las había apañado bien para que pareciera que tenía fiebre, tos, y una cantidad inmemorable de moco que poco bien le hacía.

Sin embargo, poco sabía su secuestrador que era todo mentira. Una simple tapadera para una misión suicida gobernada por su corazón, quien pedía a gritos mudos una oportunidad para abrirse con él.

Ya rozaban prácticamente las doce de la noche, y Louis trataba de no caer preso del profundo sueño que se apoderó de él en pocos minutos. Sabía que si quería verlo debía aguantar, y dormirse tan pronto no estaba en sus planes.

Quizás fue cosa del destino que, justo en ese momento, el pomo de la puerta se girase despacio tratando de hacer el más mínimo ruido. Louis sonrió triunfante.

Se tumbó sobre la cama lo más rápido posible, tapándose con la manta para que el rizado no pudiera sospechar hasta que llegara a él. Era totalmente consciente de que estaba arriesgándose a una mala reacción, un golpe o una decisión impulsiva y desafortunada por parte de su secuestrador, pero le dio igual.

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