Capítulo XVIII

12.5K 1.1K 3.2K
                                    

Permaneció una media hora en su despacho, barajando en su mente todos los asuntos sin resolver de los que aún tenía que ocuparse. Negocios, amenazas, todo un clan de narcotráfico a la espera de sus órdenes, y una búsqueda de dos personas que, aparentemente, habían desaparecido del mapa sin dejar rastro alguno.

Y luego, estaba él. Su rehén.

No le gustaba en absoluto que ese pequeño mocoso permaneciera en sus pensamientos sin siquiera pedir permiso. Igual que tampoco le gustaban sus berrinches sin sentido, cual niño pequeño caprichoso que se enfada al no conseguir lo que quiere.

Quizás fue eso lo que provocó que emprendiera su camino hacia la habitación de su rehén. Solitario, imponente, en sumo silencio mientras se paseaba con la cabeza alzada por los pasillos de su mansión. Sentía su poder. Podía olerlo, se respiraba en el ambiente.

Y, realmente, mentiría si dijera que no le gustaba aquello. Él poseía el control de todo, sin dar lugar a excepciones. Solo esperaba que eso pudiera continuar así, y que no cambiase culpa de un angelito travieso que se equivocó de camino cuando quiso regresar al cielo, cayendo en picado al mismísimo infierno.

Tuvo que respirar un par de veces antes de abrir la puerta de su habitación. Respiró hondo, muy hondo, calmando la furia contenida y resentida en lo más profundo de su corazón. Abrió la puerta cuando se relajó.

Si tuviera corazón, podría jurar que la imagen que se hizo ver ante él se lo habría partido en dos. Su pequeño angelito, tendido sobre la cama envuelto en las mil sábanas que él mismo le otorgó. Un llanto suave inundaba la habitación, y varios pañuelos se esparcían por el suelo desorganizadamente.

Harry suspiró, cerrando la puerta a sus espaldas, para seguidamente apoyar su espalda en ella. Louis no se movió, mas no cesó su llanto.

—Vete, Gemma. Ya estoy bien, de verdad, solo necesito…

—Yo no me llamo Gemma. —lo cortó con dureza. Louis alzó su cabeza con rapidez, mirándolo de reojo. Su llanto se cortó de golpe.

—¿Qué haces aquí? —masculló bajito, con la voz rota.

—Gemma me ha obligado. —mintió.

Una risa irónica se escapó de entre los labios del ojiazul, quien no dudó en creerse sus palabras. Quizás era hora de ir admitiendo que él, no le importaba en absoluto a su secuestrador.

—Le diré que viniste, que hablamos y que ya estoy bien. Mentiré por ti, si es lo que quieres. Pero por favor, ahora necesito estar solo. —su voz prendió de un hilo.

—No me hace falta que mientas por mí. No le debo explicaciones a nadie.

—Sin embargo, aquí estás. Obedeciéndola. —lo retó, sin ánimo alguno de pelea. Pudo jurar que le salió de forma inconsciente. Harry, sin embargo, no quedó indiferente ante sus palabras. Lo miró con seriedad.

—No lo jodas, angelito. Estábamos bien, ¿por qué mierda montas un drama ahora?

—No es un drama.

—Sí, sí lo es. ¿Qué pasa, quieres un abrazo? ¿es por eso que estás así?

—No quiero un abrazo. —murmuró dolido, con la mirada perdida en algún rincón de su habitación—. Quiero tu abrazo.

Harry suspiró. Se llevó ambas manos al rostro, frotándoselo con ellas un par de veces antes de volver a mirarlo con seriedad. Él se mantuvo quieto.

—No entiendo por qué haces una puta montaña de algo tan insignificante como esa tontería.

—Vale.

Rehén Donde viven las historias. Descúbrelo ahora