Capítulo XXXII

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Louis sonrió caminando despacio frente a su secuestrador, quien tapaba sus ojos mientras caminaba detrás de él, guiándolo.

—¿Ya hemos llegado? —preguntó con inquietud, por enésima vez. Harry bufó frustrado.

—Puto pesado, cállate porque no llegaremos antes por mucho que preguntes. —su paciencia había llegado a su límite.

—Tú sí sabes como enamorarme. —ironizó.

—Aún sin sabiendo lo he hecho, mírate. Muriéndote por mis huesos. —el tono de su voz era burlón, con un ligero ápice de diversión. Louis escondió una sonrisa.

—Igual que tú te mueres por los míos.

—No te negaré eso, angelito.

Continuaron hablando hasta que Harry frenó sus pasos, parándose justo ante una puerta blanca. El ojiazul la observó con detenimiento cuando él le quitó las manos de los ojos, y frunció el ceño sin entender qué pasaba.

—¿Qué pasa? ¿qué hay aquí? esta es mi habitación.

—Ya no es tu habitación.

—¿Por qué?

—Ábrelo y lo sabrás.

Su mandíbula se tensó ante aquellas palabras, curioso e inquieto por conocer aquello que se escondía en su propia habitación. Tuvo tiempo de hacerse un centenar de posibles opciones antes de abrir la puerta.

Sin embargo, ninguna de sus ideas fue la que se dio lugar en cuanto la abrió. Miró a su secuestrador tapándose la boca con asombro, y regresó su mirada hacia el interior de la habitación.

—Harry. —estaba sorprendido.

—Sé que me dijiste que no querías, y juro que la intención de esto no es presionarte. Solo que… no sé, me hacía ilusión. —sus ojos brillaron mientras lo abrazaba por la espalda, apoyando su barbilla en la cabeza de su rehén.

—Me encanta, Harry. Es precioso. —murmuró colocando sus brazos sobre los de él.

Su habitación, ya no era su habitación. Ya no estaba su cama, ni su armario, ni su escritorio. Ahora estaba pintada con un ligero tono amarillento color pastel, y había una cuna junto a una pequeña estantería. Una butaca de cuero blanco, y juguetes, muchos juguetes. También había una trona y una mecedora.

—¿Qué te gustaría? —ladeó su rostro para poder mirarlo a los ojos—. ¿Niño o niña?

—Quedaría muy bonito decir que me da lo mismo, y que lo querré igual. —admitió—. Pero quiero una niña. Una pequeña diablita.

—¿Diablita?

—Claro, como yo. La diablita de papi Hazz.

Los ojos del castaño brillaron como jamás lo habían hecho antes, y sonrió al escucharlo.

—Y un niño. El angelito de papi Lou. —bromeó.

—Una diablita y un angelito. —murmuró pensativo, haciéndose el interesante—. Creo que podremos con ello. —comenzó a reír.

—Sí, ¿no? —besó su mejilla—. Oye… y a todo esto…

—¿Qué?

—¿Yo dónde duermo?

—¿Sabes dónde está mi habitación? —murmuró sonriente, mirándolo. La respiración de su rehén se agitó.

—S…sí. —estaba nervioso.

—Bien. Pues en la de al lado.

Estalló a carcajadas cuando observó como su rostro se descomponía con rapidez ante sus palabras, y se quejó cuando él golpeó su hombro a modo de regaño.

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