Capítulo XXIV

12.2K 1K 2.1K
                                    

Los ojos azules del castaño lo miraron con tanta dulzura, que Harry no fue capaz de hacer otra cosa que no fuera sonreír.

—Repite eso, por favor. —suplicó en un murmuro. Quería asegurarse de que lo había oído bien, de que no había sido fruto de su traicionera imaginación.

El rizado se acercó a su oído, alzando su cabeza levemente. Louis cerró los ojos.

—Estoy enamorado de ti, angelito.

No fue pequeño el escalofrío que recorrió toda la columna vertebral del ojiazul, quien mordió su labio cuando sintió los latidos desbocados de su corazón.

—Harry. —lo miró con orgullo, tratando de frenar las lágrimas que amenazaban con salir.

Lo había conseguido. Había conseguido aprender a amar, y así, amarlo a él como única cosa en su oscuro y gélido mundo.

—Lo siento aquí, pequeño. Como tú me dijiste. Lo siento en la parte izquierda de mi pecho, donde se encuentra…

—Tu corazón. —lo interrumpió el castaño, acabando la oración por él—. Donde se encuentra tu corazón.

—Quizás será mío, pero te pertenece a ti.

—Te quiero. —lo miró.

—Yo también te quiero.











Harry observó con atención los diferentes documentos que yacían olvidados sobre la mesa de su despacho. Encargos, cuentas pendientes, cantidades de dinero a cobrar, y el nombre de los diferentes socios que esperaban de él una posible asociación.

Sin embargo, lo lanzó todo al suelo sin tener ganas ni siquiera de mirarlos. Le aburría leer, y siendo sinceros, todo el contenido que aquellos papeles pudieran tener no le interesaban en absoluto.

Se dejó caer sobre el respaldo de su butaca, encendiéndose un cigarrillo mientras observaba su despacho. El silencio fue lo único que lo acompañó aquella tarde de hora baja, y él agradeció poder estar tranquilo aunque fueran unos míseros minutos.

Pero toda la armonía que pudiera concentrarse en el lugar, se disipó en el momento en el que un rubio divertido y vacilón abrió la puerta sin ni siquiera llamar.

—Ya empezamos. —suspiró el rizado, pellizcándose el puente de la nariz.

—Joder hijo, ni que yo te sacara de quicio.

—Es literalmente lo único que haces.

—¡Punto para el amargado! —estalló a carcajadas.

No tardó en agarrar la pistola que mantenía guardada bajo el cajón de su mesa, colocándola ante la vista curiosa del rubio.

—Tienes tres segundos para darme una buena razón para no matarte.

—Hm… que soy precioso. —contestó con sorna, acunando su propio rostro entre sus manos.

—He dicho una buena razón.

—Que Zayn te romperá las pelotas si lo haces.

—Puedo vivir con eso.

—Louis no. —escondió una sonrisa burlona. Harry lo miró conteniendo las muchas ganas que tenía de dispararle en la cabeza.

—¿Qué coño quieres?

—Nada. Zayn iba a venir a hablar contigo, y me adelanté para poder pasar unos minutos los dos solos, en familia.

—Familia dice. —rió con ironía.

Rehén Donde viven las historias. Descúbrelo ahora