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Durante las dos semanas siguientes, Alia dejó a un lado sus dudas. Decidió vivir cada día al máximo. No preguntó por su pasaporte y Varun no sacó el tema. Canceló la tarjeta de crédito y solicitó una nueva por correo electrónico para poder tener acceso a su dinero. Aquello fue al menos un alivio. Desde la noche en que hablaron de sus familias y de su dolor, no habían vuelto a sacar el tema, pero en todos los demás sentidos se unieron mucho. Varun la llevó a la ópera, al teatro, a cenar y a dar largos paseos por la campiña. Le preparaba el desayuno, la sorprendía con flores y le hacía el amor con tanta entrega que a Alia le maravillaba haber vivido alguna vez sin él.

Varun sabía lo que la volvía loca, sabía cómo llevarla al éxtasis y hacerla gritar de placer. Lo único que tenía que hacer era mirarla para que ella se quitara la ropa y lo sedujera sin pudor. Hacían el amor en la bañera, contra la pared, en el suelo, en el coche e incluso en la terraza.

Alia perdía completamente el pudor en lo que se refería a Varun.

Sí, finalmente había admitido que se había enamorado como una loca de Varun Khan. Tendría que haberse marchado el primer día, pero se había quedado y ya era demasiado tarde porque le había entregado irremediablemente su corazón.

No le había dicho lo que sentía porque tenía la sensación de estar viviendo en una burbuja mágica y temía que estallara y la realidad se estrellara una vez más contra ella.

Varun le hacía el amor como si no pudiera vivir sin ella y, sin embargo, no le había dicho ni una palabra sobre sentimientos. Para él todo parecía ser físico. A veces se pasaban el día entero en la cama leyendo, hablando y riéndose entre arrebatos amorosos. Eran días felices y maravillosos, pero para Alia no bastaban. Quería más. Quería saber que no estaba sola en su deseo emocional por él. Quería su corazón.

–Nos han invitado a un cóctel.

Alia se giró al escuchar su voz. Se le encogió el corazón, como le pasaba siempre que él entraba en la habitación. O en ese caso, en la terraza. El moratón del ojo había desaparecido ya casi completamente. Sin duda era el hombre más atractivo que había visto en su vida, con ojo morado o sin él.

–Suena bien –respondió ella sonriendo a pesar de su conflicto interior.

Escudriñó el rostro de Varun en busca de algún atisbo de sentimientos, pero estaba tan controlado como siempre. ¿Conseguiría romper alguna vez sus barreras?

–Rupert es un antiguo socio – dijo él agarrando el vaso de Alia y bebiendo el agua helada–. No hace falta que nos quedemos mucho.

–Muy bien –contestó ella.

Había perdido la capacidad de elaborar frases mientras se enfrentaba a sus propios pensamientos. Varun dejó el vaso.

–¿Ocurre algo, Alia?

Ella se encogió de hombros y sonrió.

–Por supuesto que no.

Varun frunció el ceño.

–No tenemos que ir si no quieres.

Alia suspiró y se rodeó el cuerpo con los brazos en gesto protector.

–No me importa ir.

Él la observó durante un instante más y luego se inclinó para besarla.

–Bien. Le diré que iremos. Tengo que ocuparme de unos asuntos y luego seré tuyo el resto de la tarde.

Ojalá fuera suyo de verdad, pensó Alia cuando él volvió dentro. No lo era. Y no creía que llegara a serlo nunca.

La gente que estaba en casa de Rupert Blasdell brillaba. En sentido literal. Alia no había visto nunca tantas joyas, en toda su vida, y eso que había visto mujeres espectaculares en el casino. Ella llevaba el cuello desnudo. En las orejas tenía los mismos aros de plata pequeños que llevaba puestos cuando conoció a Varun. Unas semanas atrás se había permitido el lujo de comprarse un reloj de plata que también llevaba puesto. No le había costado muy caro, y esa noche estaba sintiendo la falta de pedigrí. Y ella no era así en realidad. Nunca le habían importado las marcas. Pensaba que iba bien arreglada con su vestido de seda de color rosa pálido, zapatos de tacón de diseño y joyería de plata.

Pareja de corazones (KHAN #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora