El emblemático cine real ubicado en una de las colonias más conocidas de la ciudad, proyecta cintas del cine americano en las salas, de sus muros art Déco, invitando a toda persona visitar sus instalaciones, en esa noche, una de las tantas del año en el que olvidamos la estación en la que nos encontramos. Teniendo como única certeza de que la lluvia cubría gran parte de la ciudad. Isabel mi dama de compañía me sostenía del brazo, evitando que le abandonará tras las horas en las que por 200 euros me ha pertenecido.
- vamos al cine, corre por cortesía de la casa- ofreció.
Su escote resaltado me sugería que en la penumbra de la sala mi mente estuviera divagando en los pensamientos de sus grandes y suaves pechos, encima mío. Debía reconocer que durante los doce meses que llevo conociéndole estos atributos que ella posee y que todo aquel que pudiera costearse incluido yo, serían merecedores de tan preciado regalo que este ángel enviado del paraíso hacia los infelices que como yo, encuentran consuelo en ellos y calor entre sus brazos, permitiendo la entrada al cielo entre sus piernas.
Le conocí días próximos de mi llegada al país, cuando al salir tarde de la oficina quiso el cielo enlazar mi destino a ella, vagaba con los ojos rojos y el maquillaje escurriendo por lagrimas que intentaba secar con un pañuelo, pasando frente a mí, intentando cubrir su llanto. Me vio encender un cigarrillo, y se acercó a pedirme uno, abrí la pitillera extendiéndola hacia ella, cogió dos disculpándose por el atrevimiento, negué con la cabeza quitando importancia al asunto, procediendo a encenderle el cigarrillo que se llevaba a sus labios pintados de color rosa ligeramente corrido del lado derecho de su rostro.
Sentándose sobre el borde del vestíbulo a fumar su cigarrillo, ocultando sus emociones y retomar fuerzas para seguir con su noche, suspiré al ver la imagen, las calles vacías aledañas a la zona de bares, perdido sin saber exactamente como llegar a mi hogar, le hice compañía, platicando con mi amiga desconocida mientras duraban los cigarrillos en nuestras manos.
Al cabo de diez minutos, me ofrecí a acompañarla por las calles de la ciudad hacía su destino final aun sin saber exactamente su profesión, me tomó del brazo y así caminamos bajo las luces de las lámparas, custodiados por las jacarandas que adornaban las aceras de Lila azulada, y la vista recelosa de la Luna a nuestras espaldas. Me explicaba que a esa hora el transporte público no era ya operativo, pero que podía conseguirme un taxi que me llevará a mi destino, aceptando su ayuda.
Al llegar a la esquina de Londres y Amberes se detuvo, sonriente, y fiel a su palabra solicito la parada a uno de los taxis de la fila que se encontraban estacionados en la zona, me agradeció por acompañarla en el trayecto, despidiéndose con dos besos uno en cada mejilla dejando marcado su labial, y finalmente abrazarme. Acercándose a la ventanilla del taxi, comentó la dirección de mi domicilio añadiendo un "trátamelo bien, es un buen amigo mío" sonriendo a la vez al chofer, se incorporó hacia mí. –Yo me quedo aquí, ha sido una caminata excelente, gracias por lo que has hecho por mí- le contemple sin entender exactamente a qué se refería, mirándole a los ojos confundido. Me abrió la puerta del automóvil e ingresé.
El coche arranco, miré por la ventanilla nuestros ojos se cruzaron, pensé que entraría a alguno de los bares o discotecas con la finalidad de ahogar su tristeza y dolor del mal trance que llevaba en su interior en alcohol y diversión, imaginándole bailar en el centro de la pista robando suspiros y envidias de los presentes, más no fue así, en sus ojos encontré un brillo que no había visto antes, la alegría y esperanza renovada. Levantando la mano y moviéndole en forma de despedida. Le sonreí a distancia, alegrándome que haya encontrado alivio bajo mi compañía.