Los días posteriores empecé a frecuentar la cafetería ubicada a contra esquina de donde me despedí de Isabel noches antes, esperando encontrarme con ella y poder agradecerle el gesto. Al quinto día de espera, convencido y derrotado de volver a encontrarle, arrepintiéndome de no haberle solicitado su número telefónico a cuál comunicarme emprendí camino entre las calles llenas de gente alegré, grupos de adolescentes que disfrutaban la velada entre cigarrillos, bebidas alcohólicas y música de ambiente. Vagué entre las calles de la "zona rosa" distraído y ausente del mundo exterior, cruce enfrente de dos locales de sexshop, que aglomeraban a gran cantidad de personas, algunas parejas y otras en solitario. La vista se desvió a la figura del maniquí localizado en el escaparate principal, la figura del maniquí mantenía la figura que vivía en mi recuerdo. Algo dentro de mí, tomó la decisión de rehacer mis pasos hacia la cafetería cruzando la esquina de Londres y Amberes.
Un taxi aparcándose justo en la esquina, traía como en cuento de hadas y princesas, a la princesa que en mi cuento bajó de su carruaje, me acerque lenta y paulatinamente evitando exaltarle y tomarle de sorpresa, al verme sonrió, sonrojada. Se acercó feliz de verme.
-Hola, ¿tú por estos lados? – preguntó.
-Hola, si, bueno he venido a saludar, aunque no sabía si realmente te encontraría, he venido días anteriores buscando, sin embargo, creí que no volvería a verte- explique.
-No te preocupes, bueno estoy siempre aquí a partir de las 8.0 pm- comentó. –
-Vaya, me iba antes de esa hora – comente, sonriendo.
-Bien, no pasa nada, ¿y porque me estás buscando? – interrogó.
-Bueno, quiero agradecerte por lo que hiciste por mí la otra noche, quería compensártelo invitándote a cenar, bueno... si gustas – respondí. Isabel sonrió más fuerte, llevándome hacía ella, abrazándome.
-Me encantaría, pero no puedo aceptar, no soy buena para salir con alguien como tú- le correspondí el abrazo, escuchando atónito a sus palabras.
Me sostuvo entre sus brazos por un par de minutos, sonriendo cálidamente.
-Te agradezco tu buen gesto, pero no soy una buena compañía, debo trabajar y no me puedo permitir darme ese lujo de tu compañía. - Le miré sin comprender aún sus palabras.
- ¿En dónde trabajas? - cuestione.
-Eres muy buena persona y muy tierno, soy acompañante- explico, sin retirar su sonrisa dulce, hacía mí. Le mire comprendiendo.
-Entiendo-
-Pero si quieres, ¿puedes contratarme a acompañarte por un café? –
-Perfecto- anuncie.
Caminamos el trayecto corto hacía la cafetería, Isabel me tomaba del brazo, explicándome el costo de su tiempo acompañándome, añadiendo, "Sé perfectamente que en días posteriores me olvidarás, y estará bien, debes conocer a alguien que te dé todo aquello que yo jamás podré dar". Negué con la cabeza, argumentando que no por su profesión perdería el concepto que guardé de ella.
Al llegar a la cafetería, apenada me comunicó que se quedaría en el exterior esperando, negué tomándole de la mano, guiándole hacia el interior, las miradas puestas en nosotros dos, algunos presentes hablando por lo bajo, susurrando palabras inteligibles. Juzgando.
Acercándonos al mostrador, hicimos el pedido de dos bebidas Mokas y dos paninis, comentando al encargado que esperábamos la orden en una de las mesas del exterior, la encargada asintió con mal gusto. Cruzamos el salón, aun con las miradas clavadas en nosotros, le guie hacia la mesa, acomodando la silla e invitándole a tomar asiento y sentirse cómoda, posteriormente le ayude a acercarse más hacia la mesa, tome asiento frente a ella.
- ¿no te importa que la gente hable de ti, por estar con alguien como yo? - preguntó. Con la mirada baja, avergonzada.
-No, no tienes nada de qué avergonzarte, ni de qué preocuparte por mí, para mí tu eres una persona al igual que todos aquí presentes, además para mí eres una mujer espectacular, maravillosa e increíble, por lo que no me preocupa lo que digan los demás de mí, ni de ti, y a quien no le guste que le jodan – respondí. Su mirada cambio, llenando sus ojos de lágrimas que no cayeron, para finalmente ver un brillo de alegría sobre sus pupilas.
En los próximos cuarenta y cinco minutos restantes, me interrogó, sobre mi vida personal y profesional, exclamando de vez en cuando con un "wow" o "que increíble". Le conté la razón por la cual había regresado a mi país de origen en el cual solo había vivido por un año, antes de que mis padres tomarán la decisión de irnos del país, conmigo en brazos y mi hermano dos años mayor que yo.
Al finalizar mi encuentro primerizo con ella, le así la silla, le vi incorporarse, sonriendo, posando sus mejillas sobre mi barbilla, -Ojalá todo hombre fuera igual que tú, tan caballeroso- menciono. Le sonreí, y rehicimos los pasos a la esquina donde finalmente nos despedimos, sin antes agradecer la compañía y efectuar el pago correspondiente.