Habrían de transcurrir casi 20 años para que me encontraría en esta situación nuevamente. Ahora los tiempos han cambiado, en aquel entonces sostenía un libro entre mis manos y contaba las leyendas e historias de terror de la época colonial, que en voz alta solía leerle a mi abuela Antonia, ahora abro el chat enciendo el micrófono y en voz alta le leo a mi diosa algunas lecturas de libros que me han agradado en particular de mi autor favorito Carlos Ruiz Zafón, otras tanto esas historias que le escribía a ella, con la esperanza de poder abrir su corazón y fantaseando imaginaba que mediante esas historias cortas me entregase su corazón y cariño. Su amor.
El tiempo nos ha puesto de nuevo cerca, aunque lejos por medio de la contingencia que vive el mundo entero, y con la ilusión de saber que estas pequeñas acciones nos conectan aún más entre ella y un simple mortal como yo, hoy nuevamente sé que abriré ese chat al que tantas veces mensajeé ansiando entrar en sus sentimientos y sembrar en ellos la esperanza de enamorarle, en esta vez, sé que el único hecho de tenerle cerca me fascina, me enamora, y a la vez, sé que ella disfrutará de los pocos minutos que comparto con ella en voz, el nerviosismo se presenta cada que abro su chat, y veo ahí su imagen de perfil, ese bello rostro, sus tres estrellas pintadas en su encantadora cara, y ese pelo largo y ennegrecido, las manos me tiemblan, la voz se me entrecorta y el suspiro cae, sin saber muy bien, como disimularlo ya sea con un sorbo de aquel café que acompaña mi desvelo, o la inhalación de mi compañero el tabaco que se filtra hacia mis pulmones. Mi universo, ese cosmos mágico ese ser de luz y belleza, me espera para que le lea torpemente esté nuevo escrito, en el que pueda decirle con las palabras más bellas y prestadas lo que me hace sentir.
Inclusive sabiendo, que al final de los 10 minutos que duré mi mensaje de voz, sé que tan pronto ella regresará a su vida, y estos textos pasen a ser solo un recuerdo una ilusión de algo que quizás con el tiempo se olvide, pero que por estos minutos de prestado seamos uno solo.
Vestía un conjunto blanco con dos coletas en el cabello ondulado, riendo el ver como flotaban en el aire pompas de jabón que su madre producía en el parque del barrio, en el momento exacto en que niños de la edad jugaban en los juegos infantiles, correteando y escondiéndose detrás de árboles, ella era distinta, a ella le gustaba compartir el tiempo en pequeñas cosas que le hacían viajar, creció entre críos, la más pequeña de sus hermanos, quizás por eso ella era la princesa de la casa, y como tal princesa, necesitaba de un príncipe al que con los años encontraría en su camino, no era un príncipe azul no venía de algún reino cercano, ni mucho menos viajaba en corcel blanco. Alguien que lucho contra los demonios que se interponían en su camino, los miedos. Dejaba atrás esos miedos que custodiaban el castillo de la princesa, la Diosa entre los mortales que había venido a este mundo a iluminar a los plebeyos, a los mortales, a los humanos.
Esa tarde de pompas de jabón fue la primera vez que le vi, no me atreví a acercarme, me carcomían los miedos de no saber que decirle, de actuar a como los críos de la edad, que le pegaban o molestaban a las niñas cuando les gustaban, al igual que ella, fui diferente a los demás, en mis manos sostenía siempre libros que la buena maestra Leonarda me compartía de su colección, esa tarde solo le contemplé entre suspiros y, a muchos metros de distancia. Le admiraba. Cada fin de semana le encontraba en el mismo parque girando queriendo atrapar alguna pompa que se reventaba con el mínimo contacto de sus manos. En algún momento me acerqué a ella y hablamos, compartimos tiempo y nos hicimos amigos, al cabo de un año después de la primera vez que le vi, tuve que marcharme del barrio.