9 - ¿Qué es el elefante blanco?

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Alex se alegró al despertar y sentir el cálido abrazo de Piper rodeando su cintura, justo debajo de sus pechos y sin siquiera abrir sus ojos sonrió recordando las veces que le había dicho a su novia que debía pararse de la cama y volver a su habitación antes de que alguien se diera cuenta de que se estaba quedando ahí, pero la rubia perezosa había insistido que iba a quedarse un momento más, al menos hasta recuperar su fuerza puesto que habían hecho el amor al menos seis largas y deliciosas veces, así que estaba agotada. Además había alegado que necesitaba pasar más rato con Alex y disfrutar de su cercanía, pues ahora que la tenía con ella no podía separarse rápido.
A Piper le encantaba descansar su mejilla en el cálido pecho de Alex, sin contar que sus senos siempre habían sido la mejor almohada que había probado, así que era fácil que conciliara el sueño escuchando los latidos de su corazón, como esa noche.

La pelinegra le besó la frente y con suavidad le apartó el cabello de la cara a la hermosa mujer que dormía a su lado y que rápidamente la apretó más contra sí quejándose porque no quería levantarse, y ese gesto hizo que Alex se riera con ganas.
Piper podía ser tan perezosa cuando se lo proponía que no podía evitar sentir ternura por su novia, y teniéndola ahí desnuda a su lado, sintió la imperiosa necesidad de besarle cada centímetro de su cuerpo, y no se detuvo a pensarlo ni siquiera un poco, así que le besó la nariz y luego comenzó a descender besándole la mandíbula y su delicioso cuello cuya piel de inmediato se erizó y la rubia complacida giró un poco su rostro para permitirle a Alex disfrutar de ella.

— ¿Por qué no fuiste a tu cama anoche? — le ronroneó paseando la nariz sobre los pequeños pezones erizados de Piper — Oh, sí, es que te gusta que te coma el coño como despertador, ¿no es cierto? No hay nada mejor que un orgasmo mañanero al estilo Vause para iniciar el día.

Alex atrapó con sus dientes uno de los duros pezones de Piper que de inmediato se retorció levantando la espalda arqueada del colchón mientras una de sus manos se detenía de la cabecera de la cama y de su boca salía un gemido lleno de placer y necesidad que se arremolinaba en su vientre bajo.
No había muchas cosas que pensar mientras la pelinegra se deslizaba por el ya conocido cuerpo de su novia, pues todos los pensamientos de ella estaban en lo hermosa y deliciosa que era su novia y los pensamientos de Piper se deshacían en lo buena que Alex era haciéndole el amor con toda esa rudeza y dulzura que sabía muy bien cómo combinar.

— Sí... Alex... Así... — un suspiro de los labios de Piper se vació dejando el ambiente completamente cargado de deseo mientras la pelinegra se deslizaba con su lengua trazando un camino de saliva por en medio de sus pechos hasta su abdomen y al llegar a sus costillas los dientes blancos rasparon y luego se clavaron en la carne de la rubia haciéndola soltar un gemido fuerte.

— Tienes que callarte, preciosa... — se burló Alex levantando el rostro para mirarla — A tu madre no le gustará saber que su niñita perfecta está cogiendo con su amiga huérfana y que lo está disfrutando como nadie.

— Tú eres quien tiene que callarse... — jadeó Piper con esfuerzo empujando la cabeza de Alex hacia abajo y haciéndola hundirse entre las sábanas y entre sus piernas.

Siempre disfrutaba mucho de la mirada de Alex mientras la comía con esa devoción que todo el tiempo le había demostrado, pero justo en ese momento no podía resistir esos ojos verdes porque era cierto que debía guardar silencio, y no es que en el sexo ella fuera al menos buena intentando eso, pero debía hacerlo esa mañana para que así las cosas no se salieran de control más de lo que de por sí ya estaban.

Alex le lamió el ombligo y luego se tomó su tiempo para dejar unos cuantos besos húmedos de lado a lado en la cadera de su novia que se revolvía con desespero y motivada por las ganas que tenía de sentirla, Piper le empujó la cabeza de nuevo tomando un mechón de cabello para hacerla descender más hacia abajo y cuando sus labios llegaron a su vagina, sintió a Alex reírse justo sobre su piel. Seguramente se estaba burlando de su necesidad, pero no tuvo momento de quejarse o reclamar puesto que en seguida sintió cómo un par de dedos separaban sus labios húmedos y la boca de Alex comenzaba a repartir pequeños besitos en su intimidad mientras que sus caderas rodaban disfrutando y pidiendo más, hasta que de pronto la magia cesó por completo cuando los golpes en la puerta les interrumpieron el momento menos indicado.

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