4. Desconfianza

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Un par de semanas luego de la fiesta de los Dagger, Emma y Beth se encontraban en la tienda de la modista más reconocida de Perth.

La menor iba a probarse los cinco vestidos que había pedido con antelación para las próximas fiestas. Porque claro, no podía llevar a la próxima reunión social un vestido repetido debido a Archie, quién, cuando la viera por segunda vez, debía ver la mejor versión de ella.

—Ay, Emma, creo que estoy completamente enamorada —confesó de repente Beth, mientras observaba con atención el vestido número tres.

Emma volteó su rostro hacia ella y tragó con fuerza. Aún no le había contado a su hermana sobre los rumores que había escuchado esa noche en la fiesta, y tampoco tenía intenciones de decirle sin antes corroborar tal información. Sería un tremendo escándalo si le dijera, y resultaran ser todas mentiras.

Entonces, en vez de contarle todo lo que supuestamente sabía del muchacho, Emma inspiró profundo e intentó sonar calma.

—Aún no lo conoces tan bien como para hacer todo este esfuerzo —comentó tocando la tela de uno de los vestidos—. Ni tampoco puedes decir que estás enamorada, hermana, cuando sólo hablaste con él por, qué, ¿tres horas? No sabes nada acerca de él —concluyó con desaprobación ante su confesión.

—En tus palabras puedo notar con absoluta claridad que nunca te has enamorado, hermana —contestó Beth, sobradamente, sin apartar la vista de las prendas que la modista le mostraba.

—No necesito haberme enamorado para conocer ése sentimiento, y mucho menos para ver que el tuyo no es tal.

—Bueno, si eso es cierto, entonces deberías entender que esto en realidad sí es amor, y que nadie va a poder quitarme esta idea que siento en mi corazón.

Ante su caprichosa respuesta, Emma resopló con tal de mantenerse tranquila.

—Al menos intenta ir lento, y conócelo un poco más. Hazle preguntas sobre su vida y su familia. Es lo único que te pido.

—De acuerdo —accedió con rapidez Beth, con tal de que se callara—. Ninguno me gusta lo suficiente, no son lo que especifiqué —esta vez se dirigió a la modista.

—Déjeme ver qué nuevo modelo de temporada tengo disponible para usted —dijo ésta entonces, para complacer a sus mejores clientas.

A la entusiasmada Beth no le habían bastado los cinco vestidos ya preordenados.

—Vamos, elige uno de una vez y pruébatelo. Tenemos cosas que hacer —exigió con impaciencia su hermana, luego de esperar por una hora y media a que se decidiera.

—¿Apurada por leer en tu árbol favorito del jardín? Ay, hermanita. No puedes ser tan aguafiestas.

Emma se rió al sentirse descubierta.

—¿Y bien?

Salió Beth del mostrador, y modeló un hermoso vestido color marfil con pequeñas perlas como detalle en todo el torso.

—Dios, es perfecto.

—Lo sé —admitió orgullosa y saltó de felicidad.

—Pero —objetó Emma, frotándose con su mano la barbilla—, ¿tienes pensado casarte ya, o solamente quieres causar una buena impresión para el señor Dagger? Hay una gran diferencia entre ambas.

Beth la miró a través del espejo que estaba frente a ella, sin reírse. Para ella, era imprescindible verse elegante y adecuada para las ocasiones.

—Bien, me probaré el otro.

Mientras Emma trataba de pasar el tiempo y comenzaba a ver las opciones que tenía para ella también comprarse un vestido, ingresaron a la tienda dos hombres. Eran nada más y nada menos que el señor Dagger, acompañado por su amigo, el señor Kim.

—Señor Kim, qué sorpresa —saludó la joven acercándose a los caballeros.

—Señorita Loughty, qué alegría verla aquí.

En vez de escuchar una respuesta de a quien ella había saludado al principio, inesperadamente recibió la del otro señor.

—¿Está buscando algún vestido que haga honor a su belleza? —preguntó el señor Dagger con voz dulce.

Emma prefirió no responder esa pregunta. Nunca los habían presentado formalmente y jamás había hablado con él. Por lo tanto esa pregunta, pensó, estaba muy fuera de lugar.

En ese momento, y de manera fugaz, en sus pensamientos se implantaron con fuerza los rumores que había oído noches atrás.

—En realidad, Beth es quien busca realzar sus cualidades para las fiestas. ¿Los caballeros también buscan algún vestido? —preguntó graciosa.

—Temo que para mi pesar no puedo llevar uno —comentó el señor Dagger, e hizo reír incluso a la modista—. En cambio, estamos buscando un kilt.
¿Me podría dar algún consejo? Somos completos inexpertos en el tema, y pensaba que una oriunda de aquí podría guiarnos.

—Creo que mientras sean de tartán, y los compre en esta tienda, se verán bien.

—Bien, le haremos caso. Me alegra oírlo de usted específicamente, ya que he notado que tiene un gusto sublime en cuanto a moda respecta.

Después de decir eso, el señor Dagger miró al suelo y sonrió brevemente. Tenía una muy linda sonrisa, sin duda alguna.
Emma comprendió, y justificó entonces el porqué de los rumores que decían que sólo su sonrisa bastaba para enamorar.

Sin embargo, a la mayor de las Loughty le interesaba más otra cosa; observaba con intriga al señor Kim. Desde que habían entrado, no había dicho palabra alguna. A su ver, parecía simpático, pero su crianza, sobre ser siempre educada y nunca imprudente, le impedían saber más acerca de él.

—¿El señor tiene permitido hablar? —cuestionó mirándole.

—Oh, por supuesto —dijo por fin—. Sin embargo, no deseo interrumpir una conversación que va más alla de mi entendimiento.

—¿Hablar sobre vestidos o de moda es un tema que va más allá de su entendimiento? —inquirió descontenta por la respuesta.

—Exacto.

Y dicho eso, el señor Kim decidió apartarse de la banal conversación, simulando estar buscando algún traje, cuando se sabía que era dueño de más de cien de ellos.

Sin percatarse por un momento, Emma de repente sintió que el señor Dagger la miraba fijamente. Al principio se intimidó, pero luego se dio cuenta de que faltaba un tema por charlar.

—Está esperando a mi hermana, ¿no es así?

—En efecto —rió nervioso—. ¿Se encuentra aquí con usted?

—Está en los probadores, dele un momento y saldrá a saludarle.

Durante esos minutos, Emma trató de omitir los comentarios que había oído sobre el señor Dagger, más era imposible pasarlos por alto. Su instinto le gritaba peligro, pero ella se dispuso a hacer caso omiso a ese prejuicio, basado en puros rumores de personas que no conocía.

Betty, al escuchar la voz de su amado, salió apresurada y Emma, para darles espacio, se alejó considerablemente.

—¿Irá a la fiesta de los Strauss? —preguntó el señor Dagger a la pequeña Beth.

—No nos la perderíamos por nada.

—Me alegra que nos veamos allí también, entonces. Ahora, el señor y yo nos retiramos.

Besó la mano de Beth, y aquello bastó para que ella casi cayera desmayada.

—¿No comprará su kilt? —interrogó la mayor de las Loughty.

Pero como única respuesta, el señor les dedicó otra sonrisa y se fue sin más junto con su amigo.

Emma trataba de ser objetiva y neutral, pero no podía evitar seguir sintiendo esa desconfianza.

Enhorabuena si se equivocaba, quería estarlo sin lugar a dudas. La felicidad de su hermana prevalecía por sobre cualquier presentimiento suyo, pero aún así...

The LetterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora