24. Entre la verdad y la duda

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«Al diablo con la educación y los modales que me inculcaron sobre no demostrar lo que siento. Al demonio la duquesa, y su padre el duque. Al diablo todos», pensó Emma.

—Todos los días he rezado con fuerza, señor, para poder olvidarme de usted, y para enterrar en lo más profundo de mí este sentir —declaró rendida, abriendo por completo su corazón—. Mil veces he imaginado que duermo en sus brazos, y todas las noches sin falta, he pedido en mis oraciones que sea usted inmensamente feliz con la duquesa Sarah. Pero, por favor... —suplicó afligida—... no lo haga más difícil para mí. Por favor... se lo ruego, no vuelva a mi vida. No quiero otra vez verme tan desdichada como lo fui antes...

Luego de expresar sin ningúna restricción todo lo que había llevado dentro por tantos meses, Emma cerró con fuerza los ojos, y llevó sus manos a su pecho.

Decepcionada de ella misma al verse tan frágil frente al señor Kim, intentó ahogar sus lágrimas, fallando miserablemente. Involuntariamente largó un sollozo entrecortado, mostrando la terrible angustia que reprimía desde que llegó a París.

Para el señor Kim fue doloroso verla tan afligida. Así es que lo primero que hizo fue con ternura, tomar su otra mano, y después de ayudarla a levantarse del asiento, rodeó su cintura con sus brazos.

Podía escucharla tratando de controlar sus sollozos, sofocándolos con cada respiración que tomaba para aferrarse a su orgullo.
La abrazó con mucha más firmeza, permitiendo así que sus lágrimas empaparan su traje.

—La amo, Emma, con todo mi corazón.

SeokJin acariciaba el cabello de la  joven una y otra vez, con el afán de consolarla para que su dolor desapareciera.

—En verdad no quisiera volver a alejarme de usted. Nunca más.

Ella, sorprendida por su declaración, y también porque ésa era la primera vez que había oído su primer nombre salir de su boca, levantó la cabeza, haciendo que ambos quedaran apenas a unos centímetros de distancia.

SeokJin tragó saliva y por simple inercia se alejó un poco, aparentemente nervioso por su cercanía.

—También lo amo, señor Kim. Tanto que no puede siquiera imaginarlo.

Apenas Emma terminó de hablar, el señor con ambas manos sujetó sus mejillas; al principio con intención de querer admirar lo hermosa que se veía esa noche, a pesar de tener sus hermosos ojos color jade repletos de lágrimas.

Pero súbitamente, sintió la gran necesidad de besarla. De ese modo, decidió seguir su impulso y lentamente se acercó a sus labios, rozándolos con los suyos con extrema delicazeda, para luego unirlos con una desesperación que minutos antes hubieran desconocido.

En cada beso y caricia, trataban de saciar la sed que tenían del otro. Ese deseo y anhelo que llevaban reprimiendo por tanto tiempo.

Emma se aferraba al cuello del señor, no permitiendo que se alejara ni un segundo de ella. Por momentos con pasión, otros tantos con ternura, permanecieron así varios minutos, sólo priorizando sentir ése puro y verdadero amor que los unía.

Ella se separó temblorosa, aún no pudiendo creer lo que estaba sucediendo. Poco a poco, su respiración iba calmándose por cada beso que le daba el señor Kim.

—Emma... —ella moría de felicidad cada vez que oía su nombre cuando provenía de él —... lo que le digo sobre el señor Taehyung, es completamente cierto. Por favor, al menos averigue por sus propios medios. También, debe saber que Sarah y yo...

El joven, sin previo aviso, se vió severamente interrumpidos.

—¿Se encuentran bien, señor, señorita? —preguntó confundido el duque de Cambridge, padre de Sarah.

Había salido a tomar un poco de aire después de tanto alcohol ingerido.

—Oh, sí, señor.

Inmediatamente SeokJin se apartó varios metros de ella, con notable temor de que los hubiera visto.

—Bien, entonces volvamos adentro, joven Kim. No me gusta que deje a mi hija esperando por tanto tiempo —demandó mirando con desagrado a Emma.

Para su suerte, la casi ceguera del duque le había impedido verlos juntos.

—Sí, señor.

El señor Kim se hallaba indeciso, pero pronto, sin decir nada más, se alejó de Emma y fue hasta su futuro suegro.
Antes de entrar a la fiesta, le dirigió una extraña mirada, que Emma no fue capaz de descifrar.

Luego de un rato, la señorita Loughty se volvió a sentar, abatida. Simplemente no terminaba de creer lo que acababa de pasar. Y se rió avergonzada al caer en la cuenta  de que todos los sentimientos que creyó haber olvidado, seguían intactos dentro de ella.

Una vez recuperada, volvió a la fiesta y se excusó con el señor Taehyung, explicando que se encontraba indispuesta, y debía irse temprano.

—¿Tan pronto? —reprochó el señor, descontento—. Al menos déjeme acompañarla a su hogar.

—Oh, no hará falta. Tengo a Naina para que cuide de mí. Estaré bien, se lo aseguro.

—De acuerdo...

Al joven, desilusionado y para nada convencido, no le quedó más que despedirla con su mano, mientras que Emma se subía con prisa a su carruaje.

—Espero verla pronto. No dejemos que pasen días antes de que salgamos juntos a cabalgar —dijo su amigo.

—No se preocupe, eso no pasará.

—Prométamelo —demandó sin una pizca de amabilidad.

A la señorita se le hizo verdaderamente extraña la insistencia con la que estaba hablando el señor. Y nada más asintió con una leve sonrisa como respuesta.

—Naina, necesito que me hagas un favor —pidió Emma, una vez que se pusieron en marcha.

—Dígame.

—Averigua entre tus conocidos de aquí, qué saben acerca del señor Taehyung. Es de suma importancia que nos esmeremos en saber más sobre él.

—Sí, señorita.

—Debemos saber quién en realidad nos está mintiendo en la cara.

—Sí, señorita —dijo nuevamente Naina, sin entender ni una sola palabra. Más aún así, iba a esforzarse para recaudar información.

Si bien, por más que no confiara del todo en el señor Kim, no podía pasar por alto su advertencia sobre la verdadera identidad del señor Taehyung.

Esa noche se había convertido en un sinfín de sentimientos para la muchacha, y se lo hizo saber a su nodriza, no dejando de sonreír durante todo el trayecto a la casa de los Leclerc.

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