10. La traición

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—Se lo ruego, señorita Emma. Por favor, libéreme de esta agonía —suplicó mortificado.

—¿Y cómo pretende que yo haga tal cosa? ¡¿Acaso está usted demente?!

Emma intentó una vez más dirigirse hacia la puerta para irse, pero Archie nuevamente impidió que saliera, poniéndose delante de la misma para obstruir su camino.

—No se vaya.

—Déjeme salir —pidió enfurecida.

—Escúcheme. Hace días he querido decírselo, pero nunca pude reunir el suficiente valor hasta ahora —dijo con rostro preocupado—. Esa noche en los jardines, estuve a punto de confesarle mi amor, pero Beth y Seokjin se acercaban, y simplemente no pude enfrentar la realidad de mis sentimientos frente a ellos. Les hubiese roto el corazón.

—Dios mío, ¿es que no se callará? —preguntó la joven, negada a seguir escuchando sus palabras.

—No. Ya no más. No puedo, no quiero, y no voy a seguir callando lo que siento por usted —respondió con firmeza—. Jamás he querido casarme con su hermana. Sólo me acerqué a ella porque todos sus allegados me habían dado el consejo de hacerlo  —explicaba exasperado.

La señorita Loughty jamás había visto a un hombre tan neurótico y emocional. Ésa, también, se trataba de la primera vez, de hecho, que confesaban sus sentimientos hacia ella.

Y no podría haber elegido peor momento para hacerlo, pensó Emma.

—Me dijeron que ésa era la única forma de acercarme a usted, y que yo le agradara. Y así fue cómo lo hice. Pero jamás pensé que las cosas podrían darse de esta manera.

—Pero, ¿en verdad pensaba que se ganaría mi corazón enamorando a mi hermana? ¿Tiene usted, acaso, aunque sea un gramo de integridad?

Emma continuaba sin poder disimular su indignación y sorpresa. En ese mismo momento comenzó a sentir asco por el hombre que tenía frente a ella.

—Nunca fue mi intención que Beth se enamorara de mí, cuando no fui más que amable con ella. Se lo juro, señorita Loughty, la amo a usted, y a nadie más que a usted.

Y repentinamente, para hacer aún más difícil el momemto, el señor Dagger se arrodilló frente a ella.

—Cielo santo, levántese, se lo imploro —demandó apunto de volverse loca.

Pero el joven continuó de rodillas, mirándola con los ojos llorosos.

—La amo, y siempre lo haré —sollozó—. Cásese conmigo, Emma.

—¡No! ¡Jamás! —vociferó, todavía incrédula—. Hemos sido una ilusas al creerle, y cualquier cosa que haya dicho o diga ahora, no tiene validez alguna para que cambie mi percepción de usted. Me da asco.

—Entonces, huya conmigo y luego casémonos... o dígame qué hacer —rogó con sentimiento ávido—. Pero no me iré sin usted.

Tomó las manos de Emma, y las sujetó con fuerza para que esta vez no se pudiera alejar de él.

—Todo lo que siento por usted arde, y duele justo aquí —dijo, y con una mano se golpeó dos veces en el pecho—. Lo he sentido oprimido mucho tiempo, y si no me acepta...

—¿Está todo bien?

Como llegada del cielo para intervenir y salvarla de todos sus problemas, Naina abrió la puerta de la habitación.

Inmediatamente, Archie se levantó como pudo, y alejándose de las damas, dio la espalda a ambas.

—Todo está bien, Naina. El señor se sentía mal y lo ayudé a recuperarse —explicó rápidamente Emma, tratando de mantener la poca cordura que le quedaba —. Ahora que está mejor, me iré —dijo dirigiéndose esta vez a él.

Naina a simple vista notó un ambiente extraño, y por ello prefirió no decir nada.

—Escúcheme con atención, Dagger —declaró Emma secamente—. Jamás correspondí a sus sentimientos, y tenga por seguro que jamás lo haré. Nunca podría estar con un hombre que, de manera consciente, utilizó, dañó y perjudicó a mi hermana de la forma en la que lo ha hecho usted esta noche.

El señor Dagger, lleno de frustración, intentó por última vez acercarse a ella para abrazarla, pero la señorita Loughty no se lo permitió, poniendo una mano en alto.

—Deténgase, o tomaré otras medidas —amenazó y él se detuvo—. Ahora, vuelva a la fiesta, compórtese como el verdadero caballero que es, y utilice para bien la dignidad que le queda, para hacer lo que debe hacer.

—Por favor...

—No quiero volver a escuchar una sola palabra de estos sentimientos suyos —lo interrumpió tajante—, ni tampoco quiero ser yo quién destruya las ilusiones de Beth. Por una vez en su vida, sea decente y dígale usted mismo la verdad.

El señor Dagger se veía abatido, y la observaba dolido, como si hubiese sido él el traicionado.
Sin decir nada, agachó la cabeza y asintió.

Las dos mujeres salieron por la puerta, y antes de que se cerrase por completo, Archie dijo:

—Todo lo que le he dicho es nada más que la verdad, y no pretendo continuar con esta farsa.

Una vez fuera de la habitación, Emma sentía que le volvía el alma al cuerpo; sus piernas temblaban de los nervios y su corazón palpitaba acelerado.

No podía creer lo que sus oídos habían escuchado. Quería con todo su corazón que aquel acontecimiento fuera una vil broma por parte de su futuro cuñado, pero estaba segura de que lo que había sucedido en esa habitación, no lo había sido.

«Oh, pobre de Betty», pensó Emma apenada.

¿Cómo iba a mirarla a la cara después de lo que su casi prometido le había declarado?
Incluso ése señor, pensaba Emma, también había traicionado en todos los aspectos posibles a su propio mejor amigo. El señor Kim puso sus manos en el fuego por ese desagradable ser humano.

¿Cómo pudo ser capaz, ése supuesto caballero, de decir tantas barbaridades con semejante naturalidad?

De haber sabido antes que él sentía tales cosas por ella, de inmediato hubiese tomado otra actitud al respecto, y no hubiera siquiera promovido o ayudado a que la ilusión del compromiso ocurriera.

Sin embargo, para su pesar, las ilusiones de Beth estaban ya destruidas, y eso la martirizaba.

Comenzó a caminar rumbo a su habitación, para tirarse en su cama y quedarse allí para toda la eternidad, pero se detuvo precipitadamente.

—Debo volver y obligarle a decirle la verdad a mi hermana —afirmó de repente—. Algo me dice que Dagger no tiene las hagallas suficientes como para hacerle frente al problema. Así que necesito, para mi paz mental, verlo por mí misma —dijo al aire, volviendo por el mismo camino por el que había pasado segundos antes.

Decidida, Emma arremangó su vestido, y caminó lo más rápido que pudo.
Abrió de golpe la puerta de la habitación de huéspedes, para cantarle todas sus verdades al señor Dagger. Sin embargo, por desgracia, Archie ya no se encontraba en la habitación.

—Qué raro.

La señorita Loughty, acompañada por su nodriza, bajó nuevamente a la fiesta y, tratando de ocultar sus caras de preocupación ante Beth principalmente, lo buscaron por todos los rincones de la mansión. Pero Archie ya no se encontraba en su casa.

Se había escapado, y por ende, había abandonado a su tan amada hermana.

—¿Qué pasó? —se arrimó a ellas el señor Kim, quién se percató de que algo no estaba bien.

—El señor Dagger, se ha ido.

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