25. Revelación de la incómoda verdad

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Después de esa noche, para Emma fue casi imposible conciliar el sueño. Daba una vuelta a la izquierda, después a la derecha, y segundos más tarde repetía el proceso inquieta.
Simplemente no podía dejar de pensar en todo lo que había sucedido en aquella fiesta.

En ésos besos, ésas caricias que le había dado el señor Kim a la luz de la luna...
¡Incluso en esa romántica y a la vez poco convencional declaración de amor!

Entonces decidió así, a las tres de la madrugada, levantarse apresurada para buscar al señor Kim, para de esa manera aclarar todos los puntos. A ver qué iban a hacer con todo lo que se habían dicho.

Es decir, el señor no podía pretender que ella se quedara de brazos cruzados, mientras se casaba con la duquesa, ¡siendo conocedores ya, de los verdaderos sentimientos que tenían el uno por el otro!

Se apresuró a tomar uno de sus vestidos y a peinarse.

Pero luego, viéndose a sí misma en el espejo de su habitación, con el ceño severamente arrugado, comenzó a reirse desganada, como una mujer demente. Se sentía tan idiota por haber pensado en una idea tan ridícula.

«Qué pretendo con ir a buscandolo? ¿Es que acaso quiero que él abandone a la duquesa, y que luego huya conmigo a Escocia? Vaya ideas locas se me ocurren a estas horas.»

La realidad era que el señor Kim no había disuelto su compromiso,  y nada le aseguraba a Emma que tuviera la intención de hacerlo. Y para colmo, tampoco había sido claro con su "declaración de amor".

Eso significaba que, de alguna manera, el señor Kim no estaba verdaderamente dispuesto a arriesgarse por el amor de ella.

Por tanto, pronto volvió a su cama, donde después de tanto estrés, se quedó profundamente dormida apenas apoyó su cabeza en la almohada.

~•~

Eran las siete de la mañana cuando la señorita Loughty despertó ante la insistencia de Naina. Y, cuando finalmente pudo abrir los ojos para reconocer que aún se encontraba en la casa de su tía en Francia, se sentó en la cama.

Bastaron nada más que cinco minutos para que Emma se despertara por completo, tan sólo por escuchar a Naina.

La señorita Loughty no podía emitir ninguna palabra. Se hallaba completamente en shock. No podía creer todo lo que oía de su nodriza.

—¿Me está oyendo, señorita? —preguntó Naina, al verla tan conmocionada. Según ella, parecía una estatua petrificada.

—Por favor, Naina, vuelve a contarme todo de nuevo. Necesito confirmar que te he escuchado bien —suplicó aún sentada en su cama, mientras tomaba la mano de su tan leal nodriza.

Naina rodó los ojos, malhumorada por tener que explicar todo por segunda vez, pero aún así obedeció.

—Al parecer, lo que le dijo el señorito SeokJin, es del todo todito cierto —afirmó sentándose a su lado—. Me contó la sirvienta del Canciller de Corea, que varios problemas han tenido ya con su hijo más pequeño, el mismo señor Taehyung, su supuesto amigo.

Naina hizo una pausa para comprobar que su patrona la estuviera escuchando con atención.

—Continúa —pidió confundida por esa pausa.

—De acuerdo —dijo satisfecha—. Han tratado, durante mucho tiempo de mantener toda la verdad oculta, pero dadas las constantes pésimas acciones del señor Taehyung, ha sido simplemente imposible para su familia tapar todas sus travesuras, por no decir sus maldades.

—Pero, ¿qué fue lo que hizo el señor exactamente? —volvió a preguntar como si no supiera, mordiéndose las uñas nerviosa.

A pesar de ya haber escuchado lo mismo minutos antes, necesitaba volver a hacerlo para procesar toda la información nueva; para saber que no era producto de su imaginación.

—Bueno, tiene un hijo con la hija del rey de Polonia.

—Oh, dios... entonces esto no es una pesadilla. ¡¿Taehyung tiene un hijo?! —chilló espantada.

—Así como lo oye, el señor ya es padre —informó asintiendo—. La princesa fue desterrada de su hogar, para de esa manera ocultar la tan grande vergüenza de su hijo, el pequeño bastardo mestizo. Ahora ella vive en las afueras de París, a unos cuántos kilómetros de aquí.

—Oh dios, oh dios. Entonces, es él, Naina. ¿Lo entiendes?

—¿Es él, quién? —preguntó desorientada.

—Él es el muchacho del que hablaba mi tía con sus amigas en su fiesta. Habían hablado sobre un hombre que había llegado a París con el mismo propósito, hacer daño. ¡Ése hombre es el señor Taehyung! ¡De él debía cuidarme!

—Al parecer así es.

Emma comenzó a sentir nauseas, así que se llevó la mano a su boca, como queriendo contenerlo. Cuando tuvo la segunda arcada, se levantó de la cama para así detener sus ganas de vomitar. Caminaba por toda su habitación, de un lado al otro, atormentada y sumergida en sus pensamientos.

—¿Se encuentra bien?

—No puedo creer que siempre tenga que llevarme desilusiones con los hombres. ¿Es que acaso ninguno vale la pena? ¿Es que yo no aprendo? ¿Por qué siempre me relaciono con hombres tan deshonestos? —preguntó al aire, levantando sus brazos enojada.

Repentinamente, interrumpiendo el dramático momento, el mayordomo Louis golpeó dos veces la puerta de la habitación.

—Abriré —dijo la nodriza.

—No, Naina, espera. Necesito escucharlo una vez más —reclamó la señorita, tomando el brazo de la mujer para retenerla, y sentándose nuevamente en la cama—. Cuéntame de nuevo, para ver si oí bien.

—¡Ya basta, señorita! —exclamó Naina cansada—. Que por tercera vez me escuche contarlo, no lo convertirá en una mentira, o en una verdad más real. Es lo que es; el señor Taehyung la ha engañado de manera cruel e insensible, y usted ha vuelto a caer. Aprenda a ser más fuerte, más valiente, y mucho menos confiada. Usted se queja de su hermana, pero es exactamente igual a ella, ambas tan inocentes.

La joven Loughty se quedó boquiabierta al escuchar a su nodriza decirle tan crudamente una verdad. Pero tenía toda la razón; había sido tan ilusa como Beth, al creerle a cualquier hombre que demostrara un mínimo de decencia, y una cálida sonrisa.

Dicho eso, Naina acomodó con fuerza su delantal, y se dirigió a la puerta para abrirle a Louis.

—La busca una señorita, señorita Loughty.

—¿Quién? —preguntó Emma con tosquedad por la interrupción, pero rápidamente se corrigió—. Disculpe, Louis, ¿quién me busca?

—La hija del rey Estanislao II Poniatowski, la princesa Elena Poniatowski.

—¿Cómo?

Emma miró a Naina, quién tenía la misma cara de confusión que ella.

—Así es. La princesa Elena la espera en la sala. ¿Le anuncio que bajará en unos momentos?

—Ah... de acuerdo... —contestó indecisa.

The LetterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora