—Mamá —voceé en el teléfono —. Estoy en casa de Claire, ¿Te molesta si me quedo? Se está haciendo tarde ya. Además, mañana no habrá clases.
Ella aceptó, lo suficiente cansada como para contradecirme, como para notar que era mentira, luego cortó sin despedirse. Silencié mi celular y salí del baño. Abajo, en la cocina, él estaba sirviéndose un vaso de lo que sea. Cuando me acerqué, lo abracé por atrás y él rió, adoraba la forma en que lo hacía, luego besó mi frente.
Y siguió por la mejilla, pero nunca tocó mis labios. Tomó mi mano y caminamos hacia su habitación, ordenada a la perfección, con su colección de latas de bebida energética y tablas de patinar, y puso nuestra canción.
Me ofreció de lo que bebía, no me importaba probar. El amargo sabor me inundó la boca, dejando el horrible rastro, pero lo dejé pasar.
Estaba sentada frente a él en su cama, divagó sobre cosas que no me interesaban, pero fingí que si lo hacían, no pude evitar mirar sus labios. Me sentí tan mareada, tan sedienta. Tomé más, todo el vaso, mi pulso se aceleraba, el aire se agotaba, me repetía que no importaba.
Tomó mi cara con una de sus manos, besó mi cuello desesperado, entonces lo frené,
—¿Qué somos? —quise saber.
—Amigos —respondió, limpiándose el labio inferior con un dedo —, ¿Qué más?
No lo podía ver claramente, pero sentí su mano en mi cintura. La sangre se fue a mis mejillas, me causó rabia lo que respondió, me sentí impotente. Quité sus manos de encima y me levanté de la cama.
—¡¿Qué más?! —Mis palabras hicieron eco en mi mente, me sentí nublada —. Estás bromeando —dije entre dientes, negó confundido.
Y me fui, con las lágrimas escurriendo por mis mejillas, jurándome a mí misma que no volveré jamás.
La palabra "amigos" se repite en mi mente, y hace eco. Siento el sabor a metal inundando mi boca. Ya no oigo nada más que un leve pitido a lo lejos, la luz blanca se apaga lentamente, siento mi cuerpo por última vez, y me aferro a los recuerdos que, de a poco, se van.