Capítulo: I

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Perfidia: Deslealtad o maldad extrema.

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Mystacor. Mansión propiedad de la familia Grayskull. Hora: las 17:45 p.m. Seis horas después del suceso.

La tensión en el salón de la mansión era tal que se podía casi tocar. La gente estaba de pie en pequeños grupos. Unos hablaban en voz baja, preocupados, mientras otros, callados, rompían de vez en cuando a llorar. Se oían voces reconfortantes. Otros se mantenían aparte del resto, de pie o sentados, ejerciendo sobre sí mismos un férreo autocontrol que los obligaba a permanecer inmóviles y en silencio.

Esperando.

Catra Weaver era de estos últimos. Estaba sola, sentada en uno de los sofás, y su aspecto era sereno, tranquilo. Miraba la pálida alfombra bajo sus pies en apariencia inconsciente de todo lo que la rodeaba. Pero no era en absoluto inconsciente de lo que la rodeaba. Ni estaba tranquila. A cada instante cada ruido reverberaba en su cabeza como un escalofrío. Estaba ahí sentada sin moverse, muy quieta y con la espalda recta porque sabía que si se movía, aunque sólo fuera un músculo, toda su entereza, ganada con tanto esfuerzo, se vendría abajo.

De hecho ya había ocurrido. Cuando le dieron la noticia, su reacción inicial había sido la de sentirse horrorizada, fuera de sí. Entonces intentaron llevarla a la cama, intentaron darle tranquilizantes para sacarla de su estado atormentado y hacer que se durmiera para que se olvidara de la situación pero ella se había negado. Por supuesto que se había negado. ¿Cómo podía alguna mujer? Se preguntó, ¿Cómo podía alguna madre refugiarse en el sueño en un momento como ése?

Como su reacción había sido alarmante y necesitaban algo tangible de qué ocuparse ella se había convertido en la candidata perfecta para recibir las atenciones de todos. Y como sabía que no tenía fuerzas para oponerse a ellos al tiempo que controlaba los miles de temores que surgían en su interior se había visto obligada a calmarse, había fingido que conseguía dominarse y había tomado asiento en el sofá, en el que llevaba ya horas sentada. Horas. Esperando. Como todos los demás.

Esperando a la mujer que debía llegar y hacerse cargo de la situación. Le habían dicho que estaba de camino. Como si esa información pudiera hacerla sentir mejor. No se sentía mejor. Nada podía hacerla sentirse mejor.

Nada

Así que se quedó sentada, inmóvil, con los ojos bicolores mirando para abajo para que nadie pudiera ver lo que ocurría en su interior. Se concentró en permanecer en calma mientras los demás, llenos de ansiedad, eran incapaces de ver cómo su camisa negra de manga larga y sus pantalones ajustados acentuaban la tensión de su rostro pálido. Tampoco parecían darse cuenta de que estaba sentada tan recta porque el susto mantenía agarrotada su espina dorsal como si fuera de hierro, ni de que sus manos, agarradas la una a la otra sobre el regazo, estaban tensas y frías de modo que era imposible separarlas.

Pero al menos no se acercaban a ella. Al menos no intentaban reconfortarla murmurando palabras inútiles que ninguna madre quería oír en un momento como aquél. Al menos la dejaban estar sola.

De pronto, el sonido de motores de los automóviles último modelo estacionandose en la gran entrada frontal de la mansión hizo que todos se sobresaltaran y prestaran atención.

Catra no se movió. Ni siquiera levantó la cabeza. Había ruido de voces en la entrada. Una sobresalía de entre las demás, profunda, dura y autoritaria. El aire de la habitación comenzó a helarse.

Entonces se oyeron pisadas firmes y precisas caminando hacia la puerta cerrada del salón. Al abrirse por fin todos se dieron la vuelta fijando su mirada expectante en la mujer que apareció en el umbral.

PERFIDIA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora