Capítulo: IV

640 71 18
                                    

Aquella fue una larga noche. Durmió un sueño ligero y bajó a desayunar a la mañana siguiente con ojeras y mal aspecto. En el comedor se encontró con Adora, sola frente a la mesa leyendo el periódico. En cuanto la vio llegar lo cerró y la observó. Ella hizo una mueca. Era consciente de su mal aspecto.

No llevaba maquillaje y el color habitual en sus mejillas había desaparecido. Se había cepillado el pelo y se lo había dejado suelto. Llevaba una sencilla falda de muselina y un jersey rojo vino que en otras circunstancias le hubiera sentado bien, pero que en aquella ocasión resaltaba su palidez. Pero no le importaba. Nada le importaba en ese momento excepto su hija.

Adora tampoco tenía muy buen aspecto. Su rostro, por lo general terso, dejaba claro que no había dormido lo suficiente la última noche. Pero al menos no llevaba su típico traje de ejecutiva sino ropa de sport: pantalones beige y un polo de manga larga que suavizaba los rasgos de su semblante y remarcaba sus músculos.

— ¿Qué le ha ocurrido a la niñera? —preguntó Catra sentándose en una silla—. Me he acercado a su habitación esta mañana para ver cómo seguía y no estaba. La habitación estaba vacía.

—La llevaron a casa de sus padres ayer por la noche. Estaba demasiado nerviosa como para ser de utilidad aquí así que... —contestó encogiéndose de hombros.

No era ya de utilidad, se repitió Catra a sí misma, así que se la llevaron, así de sencillo.

—Yo nunca quise tener una niñera.

—Pero estabas enferma —dijo ella levantándose para dirigirse al teléfono que comunicaba internamente toda la mansión—. Té para mi por favor. Y lo que tenga por costumbre desayunar —ordenó—. Necesitabas ayuda con la niña—continuó volviendo a sentarse.

— ¿He conseguido hacer algo durante estos tres años de lo que tú no hayas tenido noticia? —bromeó sin esperar respuesta alguna.

Sabía cómo pensaba Adora. Su lema era "Lo que es mío, es mío". Y de eso era exactamente de lo que se había ocupado en esos tres últimos años: Había procurado a su mujer y a su hija la vida lujosa que se esperaba que fuera capaz de ofrecer una persona de su categoría.

Por esa razón cuando Catra se puso enferma unos meses atrás apareció la niñera, sin que nadie en la casa la hubiera llamado. Y desde entonces, se había quedado allí, no porque ella quisiera sino simplemente porque Adora así lo había dispuesto. Y luego la niñera desaparecía, ya no era de utilidad. Además se había puesto histérica en el parque en lugar de comportarse como se esperaba de ella cuando secuestraron a la niña delante de sus narices. Había vuelto corriendo a casa a informar al chofer, quien a su vez había informado de inmediato a Adora, su jefa. Probablemente incluso antes de que la informaran a ella.

Porque el chofer no era simplemente un chofer. Era su guardián. Le pagaban para que vigilara y escoltara una de las posesiones de Adora Grayskull, a su esposa. No a su hija, porque ella no creía que fuera hija suya y por tanto no merecía vigilancia alguna. Esa, precisamente, había sido la causa por la cual la habían raptado.

De pronto la puerta del comedor se abrió y entró el ama de llaves con una bandeja de té y tostadas. Sonrió nerviosa hacia Adora y con cariño hacia Catra.

—Cómase estas tostadas, señora —dijo suave y cariñosamente mientras dejaba las cosas sobre la mesa delante de ella—. Si no, tendré que perseguirla por toda la casa con ellas.

—Está bien —murmuró Catra mientras sus ojos se llenaban de lágrimas ante la muestra de afecto.

— ¡OH! —Exclamó el ama de llaves al ver sus ojos—. ¡Venga, ánimo, vamos! Lo que usted necesita es llorar de una vez por todas, ¿verdad? Pero no se preocupe, la princesita estará aquí de vuelta antes de que se dé cuenta. Sana y a salva. Espere y lo verá.

PERFIDIA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora