Capítulo: VIII

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Catra estaba agachada sobre las Buganvilias de una de las terrazas de la casa escuchando las voces de Finn y Darla en la playa cuando de pronto oyó por detrás un sonido mecánico.

Era el Randor.

No se dio la vuelta ni reveló que había notado su presencia, pero se sentía mal. En los seis días que llevaba en la mansión lo había estado evitando. Él acudía a ver a Finn siempre a la hora de comer. Entraba en su suite y se quedaba a almorzar con la pequeña. Mientras tanto ella procuraba desaparecer.

Adora había dicho que era necesario que se quedaran allí. ¿Pero para quién era necesario?, Se preguntó. ¿Para el hombre de la silla que se acercaba? No era Adora quien quería que se quedaran, pensó, ni siquiera había vuelto a verla desde la noche del día en que llegaron. La Grayskull había hablado con Darla y luego había salido del dormitorio sin desearle buenas noches si quiera, y desde entonces no había vuelto a verla.

A la mañana siguiente, se había despertado al llegar un sirviente con varias maletas. Adora debía de haber mandado a alguien esa misma noche a la Mystacor por su ropa. Y eso demostraba que la situación iba a ser permanente. Darla le había dado un mensaje de Adora esa mañana; se iba de nuevo de viaje.

Llevaba ya casi una semana fuera, pero se negaba a admitir, incluso ante sí misma, que la echaba de menos. La silla del Randor se paró a unos cuantos metros de distancia. Catra sintió que el Grayskull la estaba mirando. Era evidente que deseaba que se diera la vuelta. Entonces rompió el silencio.

—Nuestros vehículos y máquinas han notado la falta de tu toque especial —inició la plática Randor mirando las herramientas en la mano de Catra que intentaba mejorar unas máquinas.

—No tengo nada de qué hablar contigo, Randor. Eres un viejo egoísta y malévolo, no mereces que te de la mínima atención.

—Yo diría que eso que has dicho es mucho ya —rio ligeramente.

Catra se sorprendió ante esa respuesta. Se volvió sospechando que tramaba algo sin fiarse de su amabilidad y lo miró. Era la primera vez que lo veía después del susto de ver a su hija en sus brazos. Resultaba amedrentador, a pesar de sus limitaciones físicas.

Era muy alto, más que su hija, su presencia imponente se debía a la anchura de su cuerpo. Hombros, espalda y torso anchos junto a piernas largas y fuertes que ahora se veían reducidas en ese momento de un modo tan patético que comenzó a comprender por qué Adora se mostraba tan protector con él.

Le daba el sol en la cabeza, cuyo cabello seguía siendo abundante, pero su piel, aunque bronceada, colgaba por los brazos y el cuello. Había tal carencia de fuerza en él que el mero hecho de sentarse en una silla de ruedas parecía constituir un esfuerzo en sí mismo.

— ¡Por Dios! Tienes un aspecto terrible.

—Lo odio. Odio esta maldita silla —sonrió haciendo una mueca fatalista.

Por un momento sintió pena por aquel viejo hombre. Lo miró compasiva. Sin embargo, él seguía siendo peligroso, estuviera físicamente incapacitado o no. Aquellos dos ojos brillantes de cazador eran aún astutos, y el cerebro que los manejaba no había cambiado su modo de pensar.

—En cambio tú estás más bella que nunca, ya ves. Además, la pequeña es tu viva imagen. Tiene tus ojos, tu rostro, tu carácter dulce y amable.

—Yo era una cobarde, Randor—dijo ignorando su cumplido—, pero mi hija no lo es.

—Serán los genes de Adora los que le dan ese coraje. O quizá incluso los míos —comentó orgulloso

—Que Dios le ayude entonces —respondió sorprendida de que él no fingiera ignorar quién era la otra progenitora de Finn—. Si tiene algo de ti, Randor, entonces que Dios lo ayude. ¿Tienes idea de cómo la has asustado secuestrándola de ese modo?

PERFIDIA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora