Capítulo: IX

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Y así fue.

Catra se sintió atrapada.

Atrapada por el deseo.

Atrapada por su propio cuerpo, que respondería siempre al más mínimo contacto de la mujer que había hecho que volviera a despertar al placer. Y le había hecho sentir verdadero placer. Noche tras noche, se devoraron la una a la otra, hambrientas. Pero cuando despertaba la rubia nunca estaba a su lado, y aquello también la hacía sentirse atrapada, atrapada en el sentimiento de la decepción y de la impotencia, porque no podía hacer nada para cambiarlo. Tenía que jugar al juego de la dulce esposa y la vengativa conquistadora.

Atrapada por su decisión de aparentar ser dueña de aquella prisión obligándola a dormir con ella y a cenar con ella y con su padre en el salón, atrapada aparentando ser amable con Randor, que se burlaba de ella con comentarios de doble sentido a los que no podía responder.

Y atrapada por su hija, quien adoraba ese lugar y, lo que era aún peor, adoraba al Randor.

Una hija a la que Adora evitaba.

Estaban juntas en escasas ocasiones, y entonces la trataba con amabilidad, pero con frialdad y precaución. Catra sentía que se le rompía el corazón al ver la actitud de las dos.

Y luego estaba ese odioso y extraño sentimiento que la embargaba cuando Adora, dos veces por semana, se marchaba al sector alto y no volvía hasta la noche. Ésas eran las únicas noches en que no la tocaba. Y aquello también la hacía sentirse atrapada porque quería que la tocara. Quería que al volver de estar con su amante aún tuviera deseos de estar con ella, aún necesitara besarla, tocar su cuerpo...

No sabía cuánto tiempo más iba a poder aguantar aquella situación. No sabía si podría seguir soportando el hecho de no poder hablar de su amante por culpa de las mentiras de Randor, que le habían robado su derecho a exigirle fidelidad.

Y entonces fue cuando estalló la crisis.

Catra supuso que tenía relación con el hecho de que en su interior aumentaba insoportablemente la tensión. Había pasado un mes entero y Adora no se había ido de viaje ni una sola vez. Trabajaba en el despacho y pasaba en el casi todo el tiempo. Al terminar de cenar o bien la acompañaba a la habitación donde tenía lugar una noche de pasión o bien se iba con su amante dejándola sola en la cama. Entonces, Catra tuvo el periodo y la Grayskull añadió otro insulto más a la situación marchándose al sector alto y desapareciendo durante cinco días.

Al menos no estaba embarazada, reflexionó. Pero aquello no la ayudaba. Su tensión seguía en aumento hasta que la rubia volvió a aparecer una noche e intentó volver a tocarla.

—Quita tus manos de encima —dijo mientras luchaba por apartarse—. Si estás tan desesperada por sexo, vete con tu supuesta amante. ¡Yo no te quiero! ¡Aléjate!

— ¿Mi qué? ¿Has dicho mi supuesta amante?

— Sabes perfectamente lo que he dicho. Y también sabes a qué me refiero.

—¿Lo sé? Esto es muy interesante —murmuró agarrándola para que no escapara— ¿Y tiene un nombre mi supuesta amante? —Catra la miró negándose a contestar. Luego levantó el puño para pegarle, pero la rubia la detuvo—. Puedo obligarte a decírmelo. Sabes que puedo amor mío.

—Puedes quemarte en el infierno, Adora Grayskull.

—Preferiría quemarme dentro de ti

—O de ella. Todo depende de en qué día de la semana caiga ¿No es así?

—Ah, ya veo —abrió los ojos sorprendida—. Has estado atando cabos y has llegado a la conclusión errónea. Es una forma muy absurda de sacar las cosas de quicio, ¿no lo crees?

PERFIDIA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora