Capítulo: III

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La mansión había vuelto a su rutina habitual. El ama de llaves se apresuraba de un lado para otro mientras su marido, que trabajaba de jardinero, se ocupaba de la nueva zona de juegos que Catra y él habían proyectado al fondo del jardín. Catra sintió que su corazón se le encogía cuando, desde la ventana de su dormitorio, lo vio apisonar rítmicamente el pedazo de tierra en el que iban a colocar un columpio. Sin embargo, al mismo tiempo, verlo continuar con sus planes sin perder la esperanza de que Finn volviera también la reconfortaba.

Cuando por fin bajó las escaleras para dirigirse hacia el comedor, encontró a Adora de pie observando trabajar al jardinero por la ventana. Era junio y el sol se ponía tarde, así que podía seguir haciéndolo hasta las diez si le apetecía. Aquel atardecer el jardín estaba bañado en una luz de color coral que lo teñía todo, incluida Adora.

Algo se conmocionó en su interior, algo largamente reprimido. El dolor de una mujer por el amor de su vida. Por un momento, no pudo moverse ni hablar, no pudo ni siquiera hacerle saber que estaba delante. De pronto era a otra mujer a quien veía, otra mujer de otro tiempo que también solía mirar así por la ventana. Una mujer a la que ella se habría acercado corriendo, a la que se habría agarrado y sobre ella que se habría apoyado mientras le contaba los planes para el jardín, para su hija.

¿Cómo habría reaccionado Adora si las cosas no hubieran sido tal y como eran entre ellas y ella hubiera tenido libertad para contarle lo que estaba haciendo el jardinero?, Se preguntó. ¿Le habría gustado saberlo? ¿Le habría interesado? ¿Habría querido unirse a ellos y proyectar también la primera zona de juegos del jardín para su hija? Sus ojos se llenaron de lágrimas que hicieron borrosa la silueta de Adora, igual que si estuviera viéndola a través de un cristal en medio de la lluvia.

Lluvia, recordó Catra.

La primera vez que conoció a Adora estaba lloviendo. No era una lluvia fina de verano como se podía esperar por la época del año, sino un verdadero chaparrón bajo el cual la gente corría y se apresuraba.

Ella era una simple ayudante de una empresa de mecánica de las afueras de Brightmoon por aquel entonces. Tenía veintinueve años y era tan tímida que se ponía colorada sólo con que un extraño le sonriera. Por eso prefería siempre trabajar con autos que enfrentarse a los clientes.

Sin embargo la empresa de mecánica había inaugurado un servicio para cuidar y sustituir los autos de los grandes bloques de puertos de la ciudad. Y a ella la habían encargado ocuparse de parte de ese trabajo porque se le daba estupendo. Le había costado todo el coraje del que disponía entrar en los muelles de los edificios de la lista que le habían asignado.

Toda aquella timidez provenía de la infancia solitaria que había vivido con su madre, viuda y mayor, que se había retirado prematuramente de la enseñanza al morir su esposo y quedarse a cargo de su única hija. Entonces se trasladaron desde las tranquilas afueras de Whispering Woods hasta Mystacor un lugar agradable, un lugar con muy poca tecnología, en donde ella decidió enseñar personalmente a su hija su vasto conocimiento en física, matemáticas e ingeniería en lugar de mandarla a la escuela más próxima, a cinco kilómetros

Tenía trece años cuando ella, de pronto, murió de un ataque al corazón mientras daba un paseo por su adorado páramo. Catra lo intuyó cuando vio volver solo al gato, Melog.

Después de aquello, la mandaron a un internado para terminar su educación, colegio que fue pagado con la herencia de su madre. Pero para entonces la timidez formaba parte ya de su carácter. Le costaba mucho tratar con el resto de las chicas del colegio. A duras penas aprendió a comunicarse con otras personas de su entorno, y nunca consiguió hacer verdaderos amigos. Se pasaba la mayor parte del tiempo libre vagabundeando por el laboratorio, lo cual fue posiblemente la causa que le llevó a interesarse por la robótica. También ayudó, desde luego, el hecho de que el profesor del colegio fuera un hombre callado y amable. Le recordaba mucho a su madre, se sentía a gusto con él.

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