Capítulo: XIV

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El eco de los pasos de Catra resonaba con fuerza en los silenciosos pasillos del hospital. No había manera de calmar su mente, de detener el torbellino de pensamientos que la atormentaba. Sus manos temblaban ligeramente, y aunque intentaba controlar su respiración, cada inspiración era más pesada que la anterior. Las paredes blancas y las luces fluorescentes, frías e impersonales, solo aumentaban la sensación de aislamiento, como si todo el mundo exterior quedara a años luz de distancia de su sufrimiento.

La operación de Finn seguía en curso, y aunque los médicos aseguraban que era un procedimiento estándar, cada minuto de espera se le hacía interminable. ¿Cómo podía un médico calificar de "estándar" la vida de su hija? Finn, la pequeña niña que había llegado a ser su único consuelo en medio del caos. La niña por la que había luchado y sufrido, y que ahora estaba en manos de cirujanos desconocidos. Catra no podía soportar esa incertidumbre. Había pasado ya por tantas cosas, pero nada la preparaba para la impotencia de no poder hacer nada para proteger a su hija en ese momento crucial.

Apretó los puños con fuerza, sintiendo cómo las uñas se clavaban en la carne de sus palmas. Ese dolor físico era lo único que la mantenía anclada a la realidad, lo único que le recordaba que aún estaba presente, consciente, y lista para enfrentar lo que viniera. Su cuerpo, aunque agotado, se mantenía en una tensión constante. Había dormido muy poco en los últimos días, y la preocupación por Adora solo añadía más peso a sus hombros.

El sonido agudo del ascensor la sacó de sus pensamientos. Alzó la vista justo a tiempo para ver cómo las puertas metálicas se abrían, revelando a Randor Grayskull. El hombre que, pese a ser su suegro, siempre había sido una figura distante y opresiva en su vida. Randor avanzó con paso firme, su porte autoritario como siempre, aunque algo en su mirada parecía haber cambiado. Había una sombra en sus ojos, una preocupación que, aunque sutil, era innegable.

Catra se tensó al verlo. La relación con Randor nunca había sido fácil. Desde el principio, él había desaprobado su matrimonio con Adora. La consideraba una intrusa en su familia, alguien indigno de llevar el apellido Grayskull. Randor había sido una de las principales fuentes de conflicto entre ellas. Su presencia en ese momento no traía ningún consuelo a Catra, sino que solo intensificaba el nudo de ansiedad en su estómago.

Randor se detuvo a unos metros de ella, sus ojos recorriendo el pasillo antes de centrarse en Catra.

—¿Cómo va todo? —preguntó con su tono habitual de frialdad, casi como si estuviera hablando de un asunto trivial y no del destino de su nieta.

Catra respiró hondo antes de responder, esforzándose por no dejar que su voz traicionara la tormenta emocional que la consumía.

—La cirugía de Finn sigue en curso. Adora... sigue en observación —respondió sin mirarlo directamente. No tenía la energía para enfrentarse a la mirada de aquel hombre que siempre había logrado hacerla sentir inferior, fuera de lugar, como si nunca hubiera pertenecido al mundo de los Grayskull.

Randor asintió, sin mostrar ninguna reacción evidente. El silencio que siguió entre ellos era tan pesado que casi resultaba opresivo. Ambos compartían el mismo espacio, pero era como si estuvieran a kilómetros de distancia, cada uno encerrado en su propio mundo de emociones contenidas. La tensión entre ellos no era nueva, pero en ese momento parecía particularmente sofocante. Era como si los años de resentimiento y hostilidad no solo permanecieran, sino que se hubieran intensificado con el tiempo.

Catra no pudo aguantar más. La presión que llevaba acumulando desde el secuestro de Finn, desde las peleas con Adora, desde que su vida se había desmoronado, se hizo insoportable. Sentía que estaba a punto de romperse en mil pedazos.

—Randor... —su voz temblaba ligeramente, pero se esforzó por mantenerla firme—. No sé cuánto más puedo soportar esto.

Randor, que hasta ese momento había estado mirando hacia el otro extremo del pasillo, se volvió hacia ella. Su mirada fría y penetrante la estudió con detenimiento, como si estuviera evaluando cada palabra que había dicho, cada emoción que había dejado entrever.

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