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Chase Sallow
2014

[...]

Estábamos montando bicicleta por la carretera. Cristian apenas aprendió hace unos meses porque le insistí durante años, apenas sabía tomar curvas, pero por suerte el camino que recorremos no tiene tantas.

Pedaleé más rápido, para sentir la brisa chocar con mi cara... ¿o mi cara choca contra la brisa? Bueno, el orden de los factores no altera el producto; no importa quien choque contra quien, igual siento la fuerte brisa querer derribarme de la bicicleta; no importa quien le hable a quien, siempre termino en sus bocas; no importa quien necesite a quien, sus manos siempre necesitan tocar algo y nunca es mi día de suerte.

La velocidad era algo que me llenaba de adrenalina. El exceso de esta me emocionaba, iba muy rápido, era genial, pero si avanzaba un poco más y algo salía mal, quizás... no, seguiría siendo divertido.

Se sentía como volar.

Aunque posiblemente me esperaba una fuerte caída.

—¡Chase! ¡Espérame! —me gritó mi gemelo, por un momento me olvidé de él.

Dejé de pedalear y permití al impulso actuar para que me llevara.

Y la velocidad bajaba.

Y mi circulación se tranquilizaba.

Y el cosquilleo se iba.

Cristian me alcanzó y lo vi algo sudado. Me reí por eso tras también recibir su mirada fulminante.

Veía a Cristian como un hermano pequeño (obviando que sí es mi hermano menor), al que hay que enseñarle las subidas de la vida. Aunque esta montaña rusa tiene muchas bajadas duras.... Y no hay cinturones de seguridad. Aún así me esfuerzo para amortiguar las caídas y que cuando estemos en la cima, Cristian abra sus ojos y vea el paisaje.

Ya él ha tenido dos intentos de suicidio, mi padre se enfurece con él, yo estoy asustado, mi madre es un fantasma y mi cerebro solo grita, hay domingos oscuros y lunes siniestros, pero ningún viernes feliz y mi corazón está exhausto.

—¿Qué te pasa? —me pregunto Cristian mientras nos orillábamos en la calle.

—Tengo algo de hambre —contesté. Lo vi rechistar, así que me apuré a interrumpirle—. No voy a comer... voy a subir de peso.

Mi apariencia era algo primordial en mí. No debo tener ojeras, debo estar delgado, debo ser lindo, debo llamar la atención, debo gustar, debo, debo, debo... Esa mierda me cansaba, pero al diablo, debo hacerlo.

—¿Quieres volver a casa?

—¿Qué pasaría si digo que no? —pregunté rascando detrás de mi oreja, pero sentí unos rasguños, así que bajé mis dedos para rascar mi nuca—. ¿No hay más opciones? No tenemos que ir muy lejos, así volveremos antes de las seis.

Aunque irme lejos era lo que más quería hacer. Quería huir, desaparecer. Pero papá dijo que soy una pequeña perra, y claro, las perras se quedan en sus casas hasta que vengan y las cojan, ¿no?

—¿Y si nos desviamos al puente de los suicidios? —me preguntó Cristian.

Miré a mi hermano de reojo, viendo como tenía una sonrisita traviesa y un pequeño brillo en sus ojos, un brillo que no frecuenta en él.

El Puente de los Suicidios [REESCRIBIENDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora