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No suelo pensar en cosas de la vida, pero puedo afirmar que lo último que se me cruzó por la cabeza que fuera a entretenerme fuera fotografiar a una hormiga que se paseaba por el marco de mi ventana hasta ahora, aunque solo quería saber hasta cuánto llegaba el zoom de mi cámara.

Estos días tenía tanto miedo de salir de mi cuarto que me estaba volviendo loco. Me sentía ajeno a todo a pesar de que solo duré unos cinco o seis meses fuera de aquí, debieron ser eternos porque la pesadilla estaba volviendo.

Podía escuchar a Sofía discutir con Chase por las cosas más insignificantes que se les puede ocurrir, Sofía discutía con Shara también, y Shara con John, John con Sofía, y mi cerebro con mis recuerdos. Día tras día.

Desde la otra noche no veía a Sofía como una loca más. Bueno, tal vez sí tenía una que otras tuercas sueltas que desataban su ira, pero quitando eso, era otra víctima, al igual que Shara, al igual que nosotros. Ellas debían sentirse tan extrañas como me siento yo. No pude dormir bien pensando en eso y en la nostalgia.

Extraño despertar en cualquier parte del apartamento y que Cloe apareciera con una sonrisa y oliendo a café. Estando aquí me sentía acechado otra vez. Como una presa. Mi libertad fue condicional.

De la nada, la hormiga que fotografiaba desapareció. Me senté como un indio sobre mi cama para revisar las fotos que había tomado. No eran las mejores fotos que he tomado, pero solo usar la cámara que me había regalado Noa me hacía sentir bien.

He creado una rutina desde que regresamos. No salgo de mi habitación hasta que alguien decida que es momento de intervenir en mi existencia. Solo bajo a comer cuando Shara me llama y vuelvo a refugiarme aquí.

La puerta se abrió rato después y se cerró. Chase entró mostrándome unos copos de nieve de papel con la sonrisa más orgullosa que podía dar.

—Mira lo que hice. Gasté ocho hojas enteras haciendo esto —mi hermano extendió la cadena de papel de copos de nieve.

Claro que no tardó en quejarse de un mal olor que solo él notaba al entrar a mi habitación. Me hizo rodar mis ojos y le hice caso a su orden de abrir la ventana para que el olor a muerto se fuera. Luego volví a verlo con sus copos de nieves.

—Cool —me levanté de la cama para ayudarlo a levantar la manualidad que había hecho—, ¿la podemos colgar?

—Falta literalmente el año entero para navidad...

—¿Y? Tengo que decorar este lugar con algo, tal vez así la gente se concentre en algo más que el olor al entrar. —le sugerí. Chase me miró mal.

En lo que colgábamos los copos de nieve de papel en la pared de mi habitación, Chase siguió quejándose del olor de mi cuarto, insistiendo en que debía haber un animal muerto por aquí. Luego se decidió por ir a buscar un aerosol y ahora mi cuarto olía a pastel de cumpleaños de vainilla.

—Mucho mejor, Dios —dijo, dejando la lata del ambientador sobre mi escritorio—. Se me iba a dañar la nariz.

Chase se volvió a cerrar la puerta, pero le fue imposible porque mi padre la empujó de pronto, haciendo a mi hermano dar un brinco del susto.

—Quiero las puertas abiertas —mencionó John, con tono demandante.

Cada vez que escucho su voz me dan ganas de pegarme un tiro en un ojo.

—Porque... —le incité a que diera una explicación. Chase seguía helado en su lugar.

—Porque esta es mi casa y se me pega la gana —contestó con hastío. Luego miró a Chase—. ¿Qué?

El Puente de los Suicidios [REESCRIBIENDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora