CAPÍTULO 16

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Yo estaba en una esquina, un perro sentado a mis pies y un ramo de fresias en la mano

Recordaba la última vez que nos habíamos visto: caminamos horas por entre los arces y los olmos, era otoño. Ocre, rojo y amarillo

Le dimos de comer a las ardillas, una tarde resplandeciente, el aire estaba lleno de colores. Tomamos litros de café, nos reíamos, llorabamos, nos besamos. Nos besamos sabiendo que era la última vez que lo haríamos

Todo fue demasiado cursi viéndolo a la distancia

Yo estaba vestido de negro con una bufanda gris; ella tenía un sombrero azul. Esta en el fondo de una fotografía que aún conservó

Estuve dos meses esperando su visita, lo había prometido y cumplió. Así era ella, así es. Pero había ido a decirme que mejor no, que terminabamos

La distancia era demasiada y ella necesitaba a alguien cerca, la entendí. "Todo siempre es más complejo de lo que parece", había dicho

La fui a buscar al aeropuerto y fuimos hasta mi departamento combinando tren y metro. Nunca había hecho esa combinación y temia que nos perdieramos

Fuimos a museos, a clubes de jazz por las noches, a librerías viejas. Yo no había hecho nada desde mi llegada y me sirvió para conocer mejor la ciudad. Seguiría sintiéndome extranjero, pero al menos me ubicaría mejor los años siguientes. Creo que nunca recorrí tanto como aquellos días

Natalia no conocía la ciudad, pero había investigado bien para sacarle provecho al viaje e hicimos todo lo que ella había planificado, menos ir a un musical de moda cuyo nombre ahora no recuerdo. Me negué, no se bien porque

Ella había estudiado donde estaban los mercados orgánicos los fines de semana; encontró uno a tres estaciones del metro. Seguí yendo a comprar al mismo lugar todos los fines de semana. Sabía dónde comer comida judía, árabe y japonesa, ese viaje de Natalia no sólo me abrió la ciudad sino que también abrió mi paladar

Cuando se fue nos seguimos escribiendo con frecuencia. A veces más, a veces menos

No le había contado de mi regresó y ella al enterarse por Martín, me llamó. La vi cruzar la calle antes de que ella me viera a mí

Nos dimos un abrazo largo y acogedor. Hablamos de su trabajo como reductora en una revista mientras caminábamos varias cuadras hasta encontrar un café con mesas afuera para poder sentarnos con Sacha

En el trayecto Natalia se detuvo al lado de un contenedor de basura y levantó algo del suelo; la pata de una mesa de luz, era de madera oscura, torneada, angosta en la base y ancha arriba. Parecía una antorcha

-Me gusta- dijo- Esa especie de frontera, ese momento en que un objeto abandonado se transforma en otra cosa. Hay veces en las que de algo roto puede nacer algo bello-

Bajo el cielo del Sur Donde viven las historias. Descúbrelo ahora