CAPÍTULO 10

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Para ir hasta el campo de la abuela Martín consiguió que un amigo le prestará un auto. El auto era viejo, un poco destartalado, bastante sucio: el piso del asiento del acompañante estaba lleno de cáscaras de mandarinas

Me queje

-Estamos yendo a buscar a un perro, no esperes una limusina- y largo una de sus carcajadas sonoras y contundentes

Hicimos el trayecto en silencio, yo pensaba en si los perros tienen memoria: ¿la tendrán? ¿se acordará de mi?

El viaje fue mucho más corto de lo que recordaba, la casa mucho más pequeña, me costó reconocer algunas cosas de aquel lugar donde había pasado tantos veranos de niño. Sin duda mis años y mis viajes habían cambiado la perspectiva

Los árboles, eso sí, me parecían mucho más grandes. Allí estaba el ombu en el que me trepaba

En el lugar habían varios perros, el que tardó en darse cuenta de cual era Sacha fui yo. Él no me reconoció, era lógico, habían pasado muchos años. Lo llamé despacio por su nombre, mientras me acercaba

Yo le había prometido a Ezequiel que iba a cuidar de su perro, pero no pude, no me dejaron. Recuerdo el dolor que me causó, que me causa todavía, no haber podido cumplir con el último deseo de mi hermano

Sacha se había convertido en un perro adulto, ya no era el animal joven y vigoroso que mi hermano paseaba y cepillaba todos los días. Tenía nudos en el pelo y barro en las patas

Me acerqué despacio, él me olfateo, se arrimaba y alejaba con desconfianza. Aproxime mi mano en su hocico para que la oliera y él puso sus orejas para atrás. En algún momento comenzó a mover la cola, apoyó sus patas delanteras en mi pecho y me dio un lenguetazo en la cara. Lo acaricie despacio por un largo rato

Después me senté en el piso, recostado contra un árbol y él apoyó su hocico sobre mis piernas. Tal vez fue felíz en el campo, corriendo, rodeado de otros perros. Tal vez, pensé, no todas las promesas que uno hace se deberían de cumplir

El capataz, el mismo de siempre, luego de decirme que grande estaba, que yo ya era todo un hombre. Nos contó, mientras tomábamos una taza de café caliente acerca de los hábitos y horarios de alimentos de Sacha

En el aire se sentía el aroma de la carne asandose, nos invitaron a comer. Un asado; años que no comía uno en el campo, años que no comía un asado en ningún lado. Yo aún quería ver a los caballos, pero dudaba en aceptar la propuesta a almorzar

-¿Cuanto hace que no comes un asado?- me preguntó Martín- Quedemonos-

Tuvo razón, la terneza de la carne, las mollejas frescas, los chorizos; eran sabores que hacía años no disfrutaba

Nos tiramos un rato a la sombra del ombu para hacer la digestión. Sacha se recostó al sol, a un par de metros de donde estábamos nosotros. Yo dormite un poco hasta que Martín me sacudió

-Se hace tarde, es hora de irnos-

Buscamos a Sacha, nos costó un poco subirlo al asiento trasero del auto. El viaje de vuelta se me hizo más largo

Sonaba una música que yo conocía,  a bajo volumen en la radio. Martín tamborileaba el ritmo con sus dedos sobre el volante del auto. El sol de la tarde me daba en la cara a través del parabrisas sucio

Había comido demásiado, mucho más de lo habitual. Estábamos entrando en la ciudad, me sorprendió la cantidad de tránsito

Sacha en el asiento trasero estaba inquietó. Gruñia o gemia, no lo sé bien

-¿Alguna vez cuidate a un perro? ¿Lo vas a poder hacer?- me preguntó Martín

Giré la cabeza hacía atrás, miré a Sacha y con mi mano izquierda le acaricie el hocico

-No lo se- respondí

Sacha y yo íbamos a averiguarlo juntos

Bajo el cielo del Sur Donde viven las historias. Descúbrelo ahora