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La vez siguiente Jisung me anuncia:— Esta vez vamos a mi casa. Así verás que no cuento historias con relación a mi abuelo.

Era muy importante paso adelante. Pero en cualquier caso, yo no dejaba que tener las antenas bien paradas y pensar en lo que hacía. También esto lo había aprendido de Jennie, la Reina de Corazones de nuestro grupo: "Ven a mi casa", suena siempre peligro, cuidado... si dicen que sí, sin chistar, los chicos van a dejar todo interés románticos para alimentar otras ideas —eran sus recomendaciones—, y ustedes ya no controlarán el juego, ya habrían perdido su poder".

—¿Por qué precisamente hoy?—pregunté, tomando en cuenta las instrucciones de mi amiga.

Él me sonrío de manera extraña.—Porque mi madre está en casa.

No hice comentarios, pero era una noticia que me tranquilizaba mucho. Me parecía ver delante de mí la cabecita rubia de Jennie moviéndose afirmativamente, aprobando esa respuesta con total satisfacción.

Jisung y su madre se parecían muchísimo cuando los vi juntos. Incluso el modo de comportarse parece igual: directo, desenvuelto.

Hice una reverencia y ella me estrechó la mano y me dijo:— Por fin nos conocemos. Quién sabe cómo estaría de contento el abuelo al verte, si aún estuviera vivo.— no había malicia en el tono de su voz.

Apenas si tuve el tiempo de responder:— El gusto es mío.— pues Jisung me cogió por un brazo y, literalmente, me llevó a rastras.

— No le des el tiempo de retomar el aliento,—me susurró en un oído.–o pasaremos toda la tarde charlando con ella.—yo seguía los pasos de Jisung, no sabía a dónde me llevaba.—Tú no tienes idea de cuán peligrosa puede ser mi madre. Ya hay amigos míos que poco a poco se han vuelto más amigos suyos y yo no quiero que sucede también contigo. Esta vez no daré mi brazo torcer, absolutamente no.

Era una manera indirecta de decirme que no estaba bromeando conmigo, que realmente le gustaba, eso lo tendía perfectamente. Sin recurrir a palabras románticos de los que, al menos el principio, siempre es mejor desconfiar. En cambio, trataba de hacerme reír y hablaba con inteligencia. Era una cosa que me gustaba muchísimo.

—¿A dónde vas, hijo? ¿Acaso la llevarás a tu habitación?—Se oyó la voz elevada de la mamá de Jisung.

—¡Por dios, mamá!— Jisung se había sonrojado un poco. —¡No pasará nada!

Comencé a reírme como una tonta y no dejé de hacerlo hasta cuando entramos a la habitación que había pertenecido al abuelo.

Al lado de la sala de antiguallas, donde había estado la primera vez, había una puerta que se abría a un pequeño apartamento que tenía una sala de estar con una pequeña cocina, un corredor, la alcoba, un baño.

—El abuelo vivía aquí.—me explicaba Jisung.— Primero con la abuela; luego, solo. En tiempos de mis tatarabuelos estas eran las habitaciones de la servidumbre, imagínate. Era gente acomodada, la familia de mi mamá. Pero después lo perdió casi todo con la crisis económica y luego vinieron otros problemas que la puso definitivamente en aprietos.

Yo casi no lo escuchaba. Miraba alrededor, no sabiendo dónde posar los ojos, por estar la habitación llena de rarezas. Sobre el pequeño diván destacaban el retrato de Amelia Earhar de pie delante de sus frágiles aeroplanos. Un poco más allá estaba Antonio de Saint-Exupéry abordo de un Potez 25 A2. Era increíble que esas especies de bicicletas volantes los hubieran llevado por los aires y tan lejos.
La vitrina contra la pared de enfrente parecía el mostrador en exposición de un museo, tan llena como estaba de estatuillas, jarrones objetos exóticos de todo tipo. Sobre el mueble una larga fila de máscaras de madera, oscura, rechinantes, me observaba con grandes ojos malignos. Procedían de África, como mi caja cebra, lo supuse por el color. Las otros paredes estaban recubiertas con fotografías de aviones, de pilotos en impecables uniformes, de jóvenes aeromozas sonrientes, de ciudades lejanas y aeropuertos desconocidos.

Lo que Sabemos del Amor ➳ Han Jisung ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora