008.

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La vida era extraña e injusta. Cuando regresé a casa, encontré a mi madre en actitud de guerra. Con el nerviosismo de los últimos días me había olvidado de avisar a Jennie de mis movimientos. Y precisamente esta tarde ella me había buscado a mi casa, porque yo tenía el celular descargado. Mi cubierta había saltado, y del peor modo.

—¿Qué estás tramando, Gayoung? ¿Qué me estás escondiendo? —Yo estaba tensa, nerviosa. Era tan humillante sentirse como una niña atrapada robando caramelos. No sabía cómo justificarme y eso me irritaba aún más.

—Nada.—dije.

Respuesta estúpida, lo entendía yo sola.

— No me tomes el pelo.

—Asuntos míos.

Una respuesta aún peor.

—Mientras vivas con nosotros, también son asuntos míos. Quiero saber adónde va mi hija y sobretodo con quién se encuentra.

—Salgo con alguien.

—¡Ah, mira tú! Y por qué no me lo has dicho, escuchemos.—tampoco ella me había contado una buena cantidad de cosas. La salida la tenía lista en la lengua, pero me contuve.—No hay nada malo tener una simpatía por alguien—retomó mi madre, en tono más conciliador, al ver que no le contestaba.— La edad es justa. En cambio, es errado que tú lo tengas a escondidas. Debo saber siempre con quien sales, ¿entendido?

—Es un amigo de Jennie. —dije rápidamente.

—¿Y cuantos años tiene?

—Veintiuno. Va a la universidad.

—¿Lo conozco?

Creo que sí.

— Creo que no.

Sabía que ahora me haría la pregunta final, la que habría podido destapar el caldero de los secretos de nuestra casa. Dentro de mí, me debatía entre el deseo de disparar un nombre cualquiera o decir cómo estaban las cosas.

—¿Y se llama?— preguntó ella, en efecto, cruzando los brazos.

Pensé en el beso apasionado que me había dado con Jisung esa tarde, en los mimos con los que nos había consolado, en la preocupación sincera que había mostrado al verme tan turbada. Pensé también en cómo siempre había sido sincero conmigo, directo, transparente como el agua.
No podía dejar de decir quién era. No se lo merecía. Y quizás, por fin habríamos derrumbado ese muro de silencio que había en mi casa.

—Se llama Jisung.—dije con una cierta agresividad.—Han Jisung. Vive en la calle Jadom número 132.

Mi madre se volvió una estatua de mármol.—¡No, esto justamente, no!—más que una orden era una súplica.

—¿Se puede saber por qué?

—¡Porque no!

Me encendí como un fósforo.—¿Qué quiere decir no? Yo no lo acepto como una respuesta. Y de todas maneras puedes decir lo que te dé la gana, total no me importa. ¡Yo lo quiero!— mi voz se había hecho aguda, histérica.—No hay nada que pueda hacerme cambiar de idea.

— Tú quizás no sabes...

— Yo sé todo,—la interrumpí.—hasta lo que no quieres que sepa.

— Ustedes podrían ser parientes...—murmuró ella, —¿te das cuenta?

Con todo lo que me podía decir, esa era la cosa más absurda. Un pretexto, con el que pretendía desalentarme. Ni que estuviéramos por casarnos o qué sé yo. Esto hizo que todo mi rostro se enrojeciera de golpe. Reventaba de la rabia.

Lo que Sabemos del Amor ➳ Han Jisung ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora