Siempre escuché la leyenda del hilo rojo, pero nunca fui capaz creerla hasta que sentí cómo, conforme me alejaba, el hilo, atado a mi corazón se tensaba y me desgarraba por dentro, se hacía más tirante y afilado, dolía demasiado.
Nuestros corazones no podían acercarse más, pecho sobre pecho, sudando y gimiendo, pero dolía más de lo que me compensaba.Y es que pesar de la cercanía, cada vez me sentía más alejada.
Juntos pero no latían al compás, o sí, simplemente se golpean el uno al otro, en una especie de guerra territorial.
Mientras nuestros cuerpos inertes, y miradas frías y vacías conectaban, mi alma se revolvía tratando de escapar de la incomodidad de la tuya.
Sin poder aguantar la presión de tus manos sobre mis caderas, me levanté aterrorizada, y puedo jurar que en ese momento sentí mi corazón rasgarse por la mitad, escuché el hilo rojo cortando cada célula de mi ser, hasta que lo divisé saliendo de él, y a pesar del dolor que esto me provocó, la satisfacción, y la sensación de libertad se posicionaron en la balanza con el peso de una tonelada.