Capítulo 11: The Surprise

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Al principio, todo va más tranquilo de lo que Harry esperaba. La cita con la curandera Morrison es muy perspicaz. Es muy paciente y responde a todas sus preguntas con la facilidad y la confianza de alguien que claramente sabe de lo que habla. Es muy agradable. Le da una lista de pociones para el primer trimestre, al final del cual querrá que vuelva a visitarla y, después, visitas mensuales para ver cómo se desarrolla el bebé y ajustar las pociones si es necesario.

Cuando ella le dice que puede conseguir las pociones en St. Mungo's, él dice que no es necesario porque su marido resulta ser un Maestro de Pociones. Después de la cita, arregla algo con Ginny. Ella será la que haga los pedidos de lechuza para las pociones, para no levantar sospechas. Una vez que las reciba, se pasará por Ollivanders cuando sea más conveniente para dárselas a Harry.

Y funciona perfectamente. En su totalidad.

Los síntomas de sus náuseas matutinas se alivian. El glamour funciona a la perfección cuando empieza a aparecer un par de semanas después. Ron y Hermione están radiantes cuando les cuenta la noticia durante la cena en su casa y su relación con Severus vuelve a ser la de las primeras semanas de su matrimonio. Todo es muy normal.

Todo es perfecto, hasta que no lo es.

Las cosas empiezan a cambiar cuando él empieza a sentirse cachondo a medida que se acerca el final del primer trimestre. Morrison dijo que esto pasaría, pero nunca pensó que sería así. Suele ocurrir por la mañana y por la noche, cuando está en la cama, listo para dormir, solo. Tocarse a sí mismo no es suficiente. Y meterse los dedos en el culo tampoco ayuda a calmar su excitación. Piensa en ir a la habitación de Snape e inventar alguna idea enrevesada para que tengan sexo, pero no se le ocurre nada. Dios, qué puta pesadilla. Hay un espécimen perfecto de sus fantasías justo al final del pasillo y no puede hacer nada al respecto. Es aún más frustrante cuando recuerda que fue ese espécimen el que le introdujo en las maravillas del sexo.

Por eso, un día, a finales de noviembre, encuentra a Harry caminando por la calle, hacia el propio sex shop del callejón Diagon, La Pluma Roja. Es casi la hora de comer, y se acerca a la hora de cierre de la tienda, pero lo prefiere así, ya que hay menos gente en la calle y realmente podría prescindir de ser visto entrando en esta tienda en particular. Sin embargo, las probabilidades no están a su favor.

Al ser la hora del almuerzo, la afluencia de clientes no es la habitual, y los comerciantes suelen salir a comer o poner en orden su establecimiento. Hazelle Snow, la dependienta de Snape, está haciendo esto último cuando ve a Harry entrar en La Pluma Roja. Acaba de organizar el escaparate y lo observa con curiosidad. Por supuesto, no se sorprende cuando, un par de minutos más tarde, oye que alguien entra en la tienda por Floo. Es Snape.

-Buenas tardes, señorita Snow-. Dice Severus, viniendo de la trastienda.

-Hola, Maestro Snape. Me preguntaba dónde estaba-. Dice Hazelle, uniéndose a él junto al mostrador.

-¿Estabas, ahora? No he dicho que fuera a venir-. Afirma, sacando una pequeña caja de uno de sus bolsillos y abriéndola después de colocarla sobre el mostrador. Pociones recién elaboradas para la tienda.

-Sí, pero acabo de ver a Harry entrando en... En...- Se sonroja y se interrumpe, consciente de lo que ha visto y de lo que está a punto de decir.

-¿En...?- El hombre presiona, ahora curioso.

-En La Pluma Roja. ¿No lo sabías?-.

Severus aprieta la mandíbula y se mueve desde detrás del mostrador hacia la puerta principal, mirando por la ventana.

-Yo no, no-. Admite, con los ojos centrados en la puerta del sex shop. Está al otro lado de la calle, unas cuantas tiendas más abajo. -¿Podría guardar eso en los estantes, señorita Snow?-.

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