『 𝙸 』

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Iɴᴄᴇɴᴅɪᴏ ǫᴜᴇ Pʀᴏᴠᴏᴄᴀsᴛᴇ

Kʜᴇʏ Rᴇᴅғɪᴇʟᴅ &
Lɪɴᴀʀᴀ Nᴏʀᴅᴇssᴇɴɴ

Kʜᴇʏ Rᴇᴅғɪᴇʟᴅ &Lɪɴᴀʀᴀ Nᴏʀᴅᴇssᴇɴɴ

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𝐈.

Se van a enterar de todo por mí, por mi perspectiva que, aunque no es la única, es la más cuerda. Sí, lo he dicho. Suena arrogante, pero estoy segura de que independientemente de lo que están por descubrir, he tomado las decisiones que más sentido tienen.

O puede que solo quiera liberarme un poco de mi propia conciencia poniendo en papel mis pecados. Quizás solo es que siento una incontrolable necesidad de confesar lo que hice. Sin embargo, las confesiones tienen tintes de arrepentimiento, y decir que me arrepiento sería una mentira muy descarada. Al contrario, de no haberlo hecho, sí me sentiría culpable. Por mí, en especial, pero también por él, y por todos los que sufrieron a lo largo de todos estos años.

Por eso, lo que van a leer no es precisamente un conteo reivindicatorio de los sucesos que resultaron en mi crimen, sino una forma de validar y de recordar mis motivos. Y los escribo porque no quiero ser la única que cargue con el secreto. Y porque necesito encontrar una forma de desahogarme para poder vivir con lo que pasó.

Trataré de relatar los eventos con la mayor neutralidad posible. Sé que terminaré desembocando en un río de justificaciones, pero me comprometo a no sonar demasiado satisfecha conmigo misma.

Tampoco quiero dar la impresión de estar contenta, sino que quiero que entiendan que el odio es algo que crece y se alimenta de la decepción igual que el fuego se alimenta del oxígeno. Nace, se extiende y lo consume todo hasta dejar solo las cenizas de lo que una vez fuimos.

En fin... Aquí vamos...

Toda historia que termina en tragedia comienza con una mujer misteriosa. Cuando le pregunté a Leon dónde la había conocido, ya era tarde para convencerlo de que se olvidara de ella. Acababa de preguntarle por la herida de bala en su hombro, y él me contaba cómo la había recibido para salvar a "una chica".

Érase una vez un pueblo maldito del que casi nadie escapó con vida, infestado de muertos vivientes, llena de mutantes de todo tipo. Por poco no tuvimos la fortuna de vivir para contar lo que nos había ocurrido. Pero aquí estaba mi nuevo amigo policía, hablándome de una asiática de vestido rojo.

—Me besó... —dijo con sus pequeños ojos azules brillando.

—¡¿Cuándo?! —le pregunté yo, intentando imaginar un momento propicio para besarse con alguien en medio de un holocausto de zombis.

No me lo dijo, creyó que la pregunta se la hacía al viento. Dio pocos y nada claros detalles sobre ella, de entre los cuales, el que más me llamó la atención fue la palabra "espía". ¿Una espía? ¿En serio? ¿Por dónde debería empezar a contar los sinsentidos?

Lo miré suspirar, dejó caer un par de lágrimas. ¿Qué lo apenaba tanto? Sé que a los hombres los devora el misterio, pero, ¿un insignificante beso es toda la ignición que necesita la llama de sus corazones?

Después de todo lo que vivimos, no me atreví a decirle que angustiarse por tal tontería me parecía de locos. 

—Estoy segura de que volverás a verla, tranquilo. —Intenté darle consuelo, pero Leon meneó la cabeza y dijo que ella había muerto.

Entonces entendí por qué estaba tan perturbado.

—Entiendo. Lo lamento... —respondí. No lo lamentaba mucho, pero era lo que debía decir.

—¡No! ¡No lo entiendes! —Me acusó él, captando mi poca sinceridad.

Tomó su turno en la ducha del motel en el que íbamos a pasar la noche. Pensé que lo mejor sería dejarlo solo. Yo misma necesitaba procesar la pesadilla y no quería parecer demasiado emocional y protectora. Después de todo, a pesar de haber sobrevivido juntos, éramos todavía extraños. Y yo ya tenía alguien más a quien proteger. 

Abandoné su espacio de la habitación dividida y regresé al que yo compartiría con Sherry. Ella intentó disimular que no había estado oyendo la conversación.

—No debes espiar las conversaciones de los adultos.

—Lo siento. Estaba acostumbrada con mis padres. ¿Quién murió?

—Una amiga de Leon.

—¿Amiga? ¿Qué amiga?

—No lo sé, cariño. Una amiga que hizo en Raccoon City.

—¡¿Hoy?!

—Supongo que sí.

—Pero él no necesita amigas, tú eres su novia.

Yo me reí. Sherry parecía tan convencida de que éramos pareja y de que íbamos a adoptarla, no tuvimos el valor de romper su ilusión. ¿Cómo le dices a una niña de 12 años que las últimas personas en las que confía no van a darle la familia que espera?

—Todos necesitamos amigos, cariño. Y... Leon y yo... no somos novios...

—¡¿Quéééé?! Pero creía que...

—Lo sé, lo sé. Lo siento. Nos conocimos esta misma noche y nos ayudamos a salir de aquel horrible lugar, pero es todo.

Un gesto de decepción se dibujó en el pequeño rostro de la niña.

—Entonces no van a adoptarme... —dijo y suspiró decepcionada, bajando los hombros como si se le fuera el alma a los pies.

Me senté a su lado y le acaricié la cabeza.

—Eso no quiere decir que no vayamos a cuidarte por siempre.

La abracé, ella me abrazó a mí. Me entristeció ver cómo asumía con tanta tranquilidad que ser adoptada por unos desconocidos fuera mejor que revivir a su propia familia. Yo, que me quedé huérfana desde muy pequeña, nunca perdí la esperanza de poder regresar en el tiempo a impedir el accidente que se llevó a mis padres. 

Pero allí estaba Sherry, confiando en que Leon y yo le daríamos una vida más normal. ¿Y quién sabe? Podría haber funcionado. De no haber sido porque nuestras vidas, a partir de esa noche, serían de todo, menos normales. 

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𝙴𝚕 𝙸𝚗𝚌𝚎𝚗𝚍𝚒𝚘 𝚚𝚞𝚎 𝙿𝚛𝚘𝚟𝚘𝚌𝚊𝚜𝚝𝚎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora