『 𝚅𝙸𝙸𝙸 』

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VIII

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VIII. 

Fue muy raro que mi hermano no hubiera tenido un ataque de ira cuando le dije que tenía una relación con quien él me había prohibido tener siquiera una amistad.

—Si eso es lo que quieres para tu vida... —me contestó, y no me miró a la cara al hacerlo.  

No estaba ni un poco enfadado, recibió mis noticias como quien recibe un catálogo de alfombras en el correo: no podía importarle menos. Y allí estaba la bella Jill Valentine mirándolo igual de intrigada que yo.

—No lo tomes personal, tenemos un... asunto algo complicado ahora —me dijo ella cuando me acompañó a la salida —. Leon y tú hacen una bonita pareja.  

Sonreí, pero ni con el apoyo de Jill y la bendición desabrida de Chris logré convencerme de que Leon se hubiera convertido en el novio envidiable que todas queremos tener. Era obviamente extraño que hubiera sufrido un cambio de actitud tan grande en tan poco tiempo —un día, para ser exactos. 

Yo siempre me había jactado de tener buena intuición, si no podía pasar por alto que algo olía mal, era porque había podredumbre cerca. Y la actitud de Leon apestaba a kilómetros. Mi descuido más grande fue restar importancia a esas sospechas. Me enfocaba en el bienestar de las víctimas que seguía dejando el bioterrorismo y en mi motocicleta, todo lo demás sucedía porque sucedía, yo no ponía demasiado de mi parte. Y, precisamente, el no estar atenta fue lo que debió dar la idea a mi hermano y a Leon de ponerme en un laberinto de control, igual que a una pequeña ratita de laboratorio.

La mañana del día en que todo iba a dilucidarse, estaba sentada en mi oficina revisando unos informes sobre una sospechosa familia millonaria que poseía una dudosa farmacéutica; nada fuera de lo común. Leon me había llamado como diez veces, pero yo no pensaba reportarme con él hasta que terminara de trabajar. El superagente estaba resultando ser un novio demasiado sobreprotector y yo odiaba ser interrumpida, en especial cuando había logrado el nivel perfecto de soledad y silencio para concentrarme. 

Entonces golpearon a mi puerta. Juré que si era Leon diciendo que estaba preocupado porque no le hubiera respondido, le diría que terminábamos.

—¡Pase...! —atendí fastidiada, pero me alegré de ver a la recepcionista en mi puerta.

—Claire, hay una chica abajo que quiere verte. Dice que se llama Lina Dawson y que estuvo contigo en la Universidad.

Por la emoción de escuchar el nombre de mi vieja amiga, no cuestioné nada. Debí hacerlo. Luego de abandonar la universidad, no tuve más contacto con nadie y me aseguré de que mis viejos amigos no tuvieran forma de localizarme. No me gustaba tener que explicar cómo y por qué terminé siendo una activista contra el bioterrorismo, de modo que solo tenía por amigos a quienes ya lo supieran y no tuvieran preguntas al respecto.

𝙴𝚕 𝙸𝚗𝚌𝚎𝚗𝚍𝚒𝚘 𝚚𝚞𝚎 𝙿𝚛𝚘𝚟𝚘𝚌𝚊𝚜𝚝𝚎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora