Epílogo

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Los primeros seis meses me sentí muerta. Nadie intentó sacarme adelante. Me dejaron quedarme allá abajo y está bien, a veces necesitamos pausar y sentir el dolor. Sin él no no sabríamos que estamos vivos.

El exterior me recordaba a él por eso me reducía a moverme dentro de casa. Habíamos hecho de Tridem un lugar tan nuestro, cada rincón tenía algo que me quebraba. Su ausencia me pesaba al punto de odiar estar ahí. Cada noche me desvelaba por horas viendo su rostro en las fotos, con el temor de olvidarlo, y escuchaba la playlist que hizo para mí hasta que no me quedaran lágrimas.

Pasado ese sexto mes, empecé a sentir que tenía que moverme. El dolor se asentaba y empezaba a liberar mi pecho de a poco. Reflexioné en lo que estaba haciendo conmigo, en el lugar al que me había llevado de nuevo. Si no hacía algo por mí, nadie más lo haría. Yo tenía que sacarme. Sabía quién quería ser y cómo llegar a serlo, entonces tenía que hacer algo para contribuir. Pero la ayuda no estaba mal. Así que la pedí. No fue fácil porque no es fácil. Mamá me hizo saber que estaría para lo que necesitara, pero me dejó hacerlo sola.

Empecé el psicólogo, lo quw me llevó a salir de casa un par de veces por semana. Al inicio era ir y volver a casa rápido, sin observar mucho los alrededores. Luego ya no podía evitarlo. Siempre el mismo recorrido, mis ojos viajaban solos y mi cabeza con ellos. El dolor empezaba a mitigarse más rápido ahora que lo compartía. Me desahogaba.

Me había tomado el año sabático del que había hablado con Kurt. No tenía cabeza para estudios y pensaba tomarme uno más para hacer cosas que me gustaran, pero la idea de estudiar también me gustaba. Más si era lo que quería. Tenía altas expectativas, solo que no estaba lista.

Una tarde en la que fui a visitar el cuarto de Atticus, ya que pensaban desarmar todo porque veían que iba siendo hora, encendí su cámara con la esperanza de ver fotos suyas. Y las tenía. Era un fotógrafo espléndido. Y se notaba que estaba enamorado del cielo.

Un video con una fecha cercana a su suicidio me llamó la atención. Le di click y me acomodé para verlo. Estaba dentro del baño. Lloraba y sostenía la cámara con manos temblorosas.

—No sé... cómo explicar todo lo que tengo en la cabeza ahora. —Se le notaba asustado y nervioso. Sus ojos iban de aquí para allá— Me siento extraño. Me estoy volviendo loco, me estoy ahogo. —Se cubrió la boca con la mano un momento y noté la sangre en ellas y su brazo— Ay, Serena, ¿cómo es que quieres mantenerte intacta en este mundo tan cruel? Eso no es posible en esta vida, traté de hacer que lo entendieras, pero estás tan aferrada a tus ideales. ¿Quién soy yo para bajarte de las nubes? N-no puedo. No te dejo ser la persona que me salve porque no puedo, tú no puedes. Yo sé... Vas a ser tu propia salvadora. Te vas a sacar adelante después de toda esta basura que vienes viviendo. Vas a ser feliz y vas a hacer cosas increíbles porque te lo mereces. —Su mirada y su voz se perdían entre tantas palabras que decía. Se me hizo un nudo en la garganta— No voy a estar ahí para verte, pero confío en ti y en tus cualidades. Siempre lo hice.

Sus ojitos encontraron el lente  y, por un instante, se sintió como si estuvieran viendo los míos. Acaricié su rostro en la pantalla.

»—Quiero que te quedes con la guitarra a modo de compensación por no poder recibir las púas. Sé lo mucho que quieres darme ese regalo, cuánto te estás esforzando en él... —Sollozó dejando caer su cabeza hacia adelante—. Hay cosas horribles aquí. Yo... Conserva la cámara. Captura con ella todos los momentos bonitos que tengas a partir de ahora.

Quitó las lágrimas y los rastros de sangre de sus mejillas, y trató de recomponerse, pero se quebró cuando volvió a hablar. Jugué con el anillo que me regaló.

»—Sé que eres tú. Eres la chica a la que elegí y seguiría eligiendo sin importarme nada más porque te amo, pero no lo suficiente para quedarme.

Sollocé con fuerza.

»—¿Podrás perdonarme algún día? Por todo.

—No hay nada que perdonar, cariño, no estoy enojada. No puedo estarlo —negué, aunque fuera en vano. No me escucharía.

Hubo silencio un momento.

Sonrió de lado.

»—Te amo, Serena.

El video se cortó, dejándome sumida en un silencio ensordecedor. Todavía con lágrimas cayendo por mis mejillas, sentí paz.

—Yo a ti —susurré.

Dejé la cámara a un lado mientras trataba de contener el llanto.

Había tomado su suicidio como la gota que rebalsó el vaso, junto a muchos otros trágicos acontecimientos. Y ahora ese video me empujaba más a avanzar, que era lo que estaba tratando de hacer.

Me cubrí el rostro y lloré en silencio. Esta vez, no porque me consumiera el dolor, ni porque la tristeza fuera incontrolable. Lloré porque, después de mucho, iba a empezar a poner en orden mi vida.

El dieciséis de diciembre del 2020 se cumplió un año de su muerte. Un año sin Atticus. Seguía extrañándolo como el primer día, pero el dolor no era el mismo.

Visité el cementerio y me recosté junto a su tumba toda la tarde, contándole lo que había hecho y sobre mis avances.

—Ya sé tocar la guitarra. —Sonreí— Algún dia vendré y te tocaré una canción. No sé cuándo porque estoy viendo el momento de mudarme.

La historia comenzaba de nuevo.

Rocé el anillo que aún seguía y seguiría en mi dedo, sin quitar la vista del cielo que tanto amaba.

Era difícil dejar de hacerse preguntas como "¿y si sí...?" y "¿qué hubiera pasado si...?", pero habíamos existido en el mismo momento. Incluso teniendo ese límite de tiempo, nos arriesgamos a todo, a consumirnos como las estrellas y a que todo acabara como acabó. Dejamos que nuestros vacíos se amaran aunque fuera un poquito.

Y si la oportunidad se me volvía a presentar, no dudaría en subirme al puente de nuevo.

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Un beso bajo las estrellas © ✔️ [ BORRADOR 2023 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora