Capitulo 3

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La mañana siguiente a su reunión con el tal Seik, decidió llamarlo para dejar en claro algunas cosas. Lo necesitaba lo más cerca y vigilado posible.

— Lo he pensado un poco y si trabajarás para mi, será bajo mis condiciones. —fue lo primero que dijo al teléfono.

— Bien, habla rápido porque estoy en medio de un encargo. —habló agitado mientras algunos sollozos y gritos se oían de fondo.

— Trae tus cosas aquí, porque vas a vivir en mi casa. —dijo rápido— Y quiero que estés aquí cuando el cerdo de Jaebeom te llame. ¿Entiendes?

— Nos vemos luego, adiós. —se oyó un fuerte grito antes de que colgara.

— Así que planeas llevarlo a tu casa. —dijo Dylan mientras se servía un vaso de cerveza.

— Créeme, siento que es mejor tenerlo cerca. —mordió su labio— Y su propuesta no sonaba nada mal, la verdad. Además, matar a Jaebeom suena fenomenal.

— ¿Cuál era ese?

— Ese viejo asqueroso trató de propasarse conmigo cuando tenía dieciséis. —rodó los ojos— Ha tratado de matarme por años, pero es la primera vez que uno de los matones viene a hablar conmigo.

— Es una buena oportunidad entonces. —le sonrió— Aun así, ya sabes que para lo que necesites voy a estar aquí para ti. —lo apuntó con una pistola de agua— Pero si no me dejas llevarme a Ethan no tendré más remedio que disparar, mi buen amigo. —hizo una cara dramática.

— Imbécil. —soltó una carcajada— Si él quiere, puede irse contigo. Yo no retengo a nadie, y tú lo sabes.

— Más te vale, porque planeo que sea mi esposo en un futuro no muy lejano. —sonrió.

— Si eres feliz, puedes hacer lo que más te guste, Dy. —se sirvió más cerveza— Pero no vayas tan rápido... Vas a espantarlo. —rió.

— Tienes razón. —suspiró— Pero no puedo evitarlo, es tan precioso... Es como un imán o algo así.

— Pobre Ethan, tiene un imán de tarados. —se lamentó.

— Oh, vete a la mierda. —le sacó el dedo medio.

— Me amas. —se agrandó mientras prendía un cigarrillo— ¿Tienes tu chaleco puesto?

— ¿Por quién me tomas? —preguntó ofendido.

— Por un tarado. Pero ahora sí, ya vámonos que llegaremos tarde. —dejó la colilla en el cenicero y se acomodó sus lentes de sol junto con el tapabocas y una peluca negra.

Meterse en negocios ajenos no es bueno, pero claro está que poco le importaba. Además, ellos se habían metido con lo de su amigo primero y por las malas aprenderían que así no se hacían las cosas.

— Donghwa, tú te quedas en el auto y Jeonsu apuntará de la manera más disimulada al líder. —ordenó Dylan a sus hombres cuando llegaron al destino. Estaban en uno de los muelles poco concurridos de Pearl City, donde a la policía poco le importaba lo que pudiese ocurrir si tenían donas para comer.

— Ustedes deben ser los hombres de Baixing, ¿no? —dijo el hombre de traje.

— Sí señor, estamos aquí en su representación. —respondió Joaquin, seguro de sí.

— ¿Se puede saber dónde está él? —preguntó levantando una ceja.

— Tuvo un contratiempo en Beijing y su estadía allí se prolongará al menos por una semana. —respondió Dylan.

Claro que ese contratiempo del que hablaban era cierto. Desde hace tres días que Dylan tenía al infeliz de Baixing en su mansión, torturándolo y tratándole como lo que era: una escoria.

— Si quiere que le dejemos algún recado, traigo para que anote... O le decimos nosotros. —ofreció Dylan.

— No les creo. —afirmó— ¿Dónde está Baixing?

— En Beijing, ya se lo hemos dicho. —dijo metiendo la mano a su bolsillo y sacando su celular— Tengo un audio incluso.

Presionó el reproductor y allí los presentes pudieron oír una perfecta imitación de Wang Baixing.

"Muchachos, estoy teniendo un pequeño percance y no podré llegar a tiempo con Doyeon. Envíen a dos hombres en mi lugar."

— ¿Ve? Nosotros siquiera sabemos qué contratiempo tuvo; sólo sabemos que tuvo uno, eso es todo. —explicó Dylan.

— Bien. —apoyó el maletín en el suelo— Ahora ustedes. —fue lo que dijo.

Haciendo el amague de colocar el portafolios en el suelo, Dylan le hizo una seña a Jeonsu para que disparara. Segundos después de que una bala atravesará la frente de Doyeon, ambos hombres sacaron sus armas y dispararon a los guardias de al lado. Mataron también al conductor y finalizaron prendiendo fuego el vehículo; mientras menos evidencias, mejor. De igual forma sabían que no iban a buscarlos.

— No fue tan intenso como esperaba. —bufó una vez estuvieron de vuelta en la camioneta— La verdad es que fue bastante miserable. —rió.

— Lo sé. ¿Quién va acompañado a un encuentro sólo con dos hombres? —negó— Pero nos quedamos con ambos. —soltó una carcajada.

— Quédate con el dinero si quieres, yo sólo precisaba las planchuelas para el lavado de dinero. —explicó el castaño mientras Joaquín se quitaba los lentes y el tapabocas.

— Gracias. —rió— ¿Pasamos por McDonald's? Yo invito.

— Me parece buena idea. ¿A ustedes? —preguntó a sus hombres detrás.

— Sí jefe. —respondió Jeonsu mientras el estómago de Donghwa hablaba por sí solo. Se detuvieron en el primer autoservicio que encontraron y luego, con sus ordenes en mano, se quedaron en un estacionamiento mientras se acababan sus respectivas hamburguesas.

— Muchas gracias, Joaquín. —fue lo que dijeron ambos muchachos antes de dejarlo en su mansión.

Amablemente, el pelirosado ya sin peluca, los saludó y le dió un golpecito a Dylan detrás de la oreja luego de que éste lo llamara medio amigo.

Caminó con el pesado maletín hasta la entrada y una vez allí, se encontró con un hombre de espaldas con un bolso en mano.

— ¿Hola? —levantó una ceja— ¿Quién eres?

— Desde este momento, su servidor. —se giró para verlo de frente— Zen Seikyoku, o Emilio Osorio. —tendió su mano.

¿Es que acaso me he topado con el mismísimo diablo? Se preguntó luego de ver lo que tenía en frente. Luego se recordó a sí mismo que aunque pudiese hacerlo caer en sus redes, mezclar trabajo con sexo o relaciones amorosas en este mundo en particular jamás salía bien.

— Bienvenido, Emilio. —dijo— Pasa, preparé una habitación para ti en el segundo piso. —dijo mientras entraba a su hogar— Buenas tardes niños. —saludó— Papá estará ocupado, así que no lo molesten.

Se escucharon muchos está bien de varios lugares de la casa, por lo que Emilio se sorprendió ligeramente. No creyó que viviesen tantas personas como Jaebeom le había dicho cuando se reunió con él.

— Esta es tu habitación. —avisó— Tiene un baño, así no tendrás que preocuparte de tener que husmear por toda la casa. —lo miró fijamente— Serás un viejo amigo mío que se ha quedado sin casa, y no le dirás nada a los niños de esto. ¿Correcto? —lo apuntó— Los mayores podrán darse una idea pero no te preocupes.

— Bien.

— Y cuando termines de instalarte, cruza a mi despacho. —señaló la puerta detrás de él— No intentes sobrepasarte, o tendrás a todo mi ejército deleitándose en tu roñosa tumba. —le sonrió.

Joaquin aún creía que él estaba mintiendo. Suspiró, sería un largo camino para demostrarle que lo que decía era verdad.

Sólo necesitaba... Cerrar aquella dolorosa etapa.

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