Capitulo 5

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— Todas tienen silenciador. —sonrió.

— Bien. —asintió.

— Supongo que ya lo sabes, pero siempre apunta a la sien o a los pies, para que caigan más rápido. —rió.

— Voy a matarlos como a mi se me antoje. —bufó, contestándole por primera vez de mala manera— Yo no te digo cómo drogarte o cómo manejar tus negocios, entonces tú no me digas cómo hacer mi trabajo. —atravesaron el portón de la entrada luego de que Osorio neutralizara al guardia.

— Oh, ¿herí tu ego? —preguntó sonriente— Pruébame que sabes hacer bien tu trabajo, entonces. —le acarició la mejilla con el arma que traía en la mano.

— ¿Quién te crees que eres? —preguntó enojado mientras entraban a la mansión— ¿Piensas que soy tu perro o qué demonios? —le disparó a uno de los que venía a atacarlo.

— No lo pienso, es una realidad innegable. —derribó a un guardia de un puñetazo y a otro de un disparo— Pero no estamos aquí para discutir tu situación conmigo, cielo... Vinimos a ver sangre correr.

Seguidamente, se separó del castaño para tomar a uno por el cuello y pasarle la navaja que traía en el bolsillo por la garganta. Pateó al que estaba detrás y luego se le abalanzó, disparándole entre ceja y ceja.

Emilio desahogó toda su ira contra los hombres que bajaban las escaleras mientras ellos las subían, a su vez protegiendo a Joaquín. Trataba de que nadie lo tocase y a su vez, lo guiaba a la habitación principal. Su chaleco tenía varios disparos pero no había llegado a sentirlos debido a la adrenalina que recorría su cuerpo junto con la ira y la frustración de ser sólo un perro para el pelirosado.

Mató a más de veinte hombres antes de meterse en la habitación donde estaría Kisame, sonriendo al mirar a su jefe puesto que había superado el número expectado.

— ¿Qué mierda miras? Matarlos es tu puto trabajo, no esperes que te felicite. —le dió un golpecito en la frente.

Luego de aquella situación pateó con fuerza la puerta de la habitación, rompiéndola y dejando ver al tal Kisame tratando de huir por la ventana. Antes de que Emilio pudiese reaccionar, Joaquín ya había jalado el gatillo dos veces. Un disparo en cada tobillo, haciéndolo caer de bruces al suelo.

— Tú, vete a la puerta y vigila, dudo que quieras ver esto. —señaló al más alto.

— Bien. —bufó, rodando los ojos.

— S-Señor Gress... —jadeó el herido— E-Espere un momento-

— No. —lo interrumpió.

Yamagawa gritó con fuerza cuando el más bajito le enterró el cuchillo en la pelvis repetidas veces. Se encargó de escribir sus iniciales con el perfecto filo en su abdomen.

— Creo que acabaré contigo ahora mismo, no porque me des pena, sino porque tus gritos son horribles. —hizo una mueca de disgusto— No sirves ni para sufrir.

— Yo-

— O quizás sí. —soltó una carcajada estruendosa, sorprendiendo incluso a Osorio.

Comenzó a golpearlo de manera descontrolada, despreocupándose de medir su fuerza y desquitándose de toda la mierda que tenía encima. No se inmutó ni por los horripilantes alaridos de Kisame, ni por Emilio diciendo que debían irse.

Ya lo había matado pero no podía parar de golpear su cadáver; estaba demasiado enfurecido con la vida y el menor de los Yamagawa había sido la gota que había rebalsado el vaso.

— Joaquin, si no vienen más yakuzas en busca de venganza, será la policía. —se acercó a él lentamente.

— ¡No me interesa! —seguía empeñado en moler el cadáver del joven.

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