Capitulo 8

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Pasaron dos semanas que según Emilio fueron las peores desde que había llegado a la mansión. Joaquín lesionado era peor que un niño pequeño que no tenía dulces. 

Y que conste, sólo se contendría hasta que pudiese caminar por sí sólo. Luego, terminaría por darle una patada en el trasero. 

Había sido realmente un perro durante ese lapso de tiempo, era molesto. 

Lo que era aún peor; Joaquín incluso le había hecho un collar con una placa que decía Lio, por el cual Dosim se rió a carcajadas de él. 

¿Qué había hecho mal en su otra vida? 

¿Qué habría sido de él si hubiese matado a Joaquín aquella noche? 

Dadas las circunstancias, sabía que había elegido correctamente. Pero aún así... Si volvía a tratarlo como un animal, iba a ser un verdadero animal. 

— Osorio, deja de pensar en mi. —hablando del diablo— Tenemos trabajo. 

— ¿Ya puedes apoyar tu pierna? —dijo al verlo caminando hacia él, completamente bien.

— Puedo hacerlo desde el día cinco. —rió— Vámonos, tenemos un día pesado. 

Emilio se puso rojo de la ira. 

— ¡Tú! —estuvo a punto de seguir hablando pero fue interrumpido por un pequeño dedo en sus labios. 

— Sí, yo. —tomó su brazo— Soy tu jefe y lesionado o no, me obedeces. —le sonrió— Ahora vámonos, tenemos trabajo que hacer y mañana domingo tendrás el día libre.  

— Eres un im- 

— ¿Importante empresario? Claro que sí. —acarició su cabello— Hoy estoy de buen humor, contento y con buen aliento. No lo arruines. 

Joaquín estaba con buenas vibras, quizá fue el porro que se había fumado apenas se levantó o quizá porque todo estaba saliendo como él quería; sus enemigos caían poco a poco y cada vez faltaba menos para acercarse a Yang Jaebeom.

— Sí, lo eres. —suspiró, finalmente rindiéndose a la discusión que no se había concretado— ¿Qué tenemos que hacer hoy? 

— Iremos a desayunar... Luego nos cargaremos la oficina de correo. —enumeró con sus deditos mientras salían de la casa— Mmh... Después iremos destrozar el bar de Jiyong, es un favor que le debo a Dy. —mordió su labio— También tenemos que pasar a dejar dinero a varios lugares y por último, matar al jefe de la policía. Ese sucio bastardo quiere cerrar tratos con los vietnamitas y no lo permitiré en mi territorio. —bufó. 

— ¿Pero no te llevabas bien con ellos? —preguntó Emilio una vez estuvieron en el auto, de camino a una cafetería. 

— No. —negó— Si me llevo con los chinos, de hecho, tengo un gran amigo. Él maneja los casinos junto a mi y siempre repartimos ganancias. 

— Oh, entiendo. —sin embargo, volvió a soltar otra pregunta— ¿Y por qué no los manejas junto a Dylan? 

— Porque a él no le gustan esas cosas. Prefiere los hoteles y tiene su propia cadena. —se encogió de hombros. 

Dicho aquello, Emilio siguió manejando mientras tarareaba las canciones de la radio bajo la atenta mirada de su jefe que volvió a hablarle unas pistas después. 

— Cantas bien... —dijo levemente sorprendido— Pudiste haber sido un buen idol. —rió. 

— Cuando era mucho más jóven solía cantar para llevar dinero a casa. —sonrió nostálgico— Éramos demasiado pobres pero aún así el amor nunca me faltó... Más tarde, también cantaba para mi persona especial. —frenó en el semáforo. 

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