Capítulo 8.

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Personajes utilizados en esta historia no me pertenecen, créditos a sus respectivos creadores.



La oscura noche acobijó el inframundo, una noche vacía, llena de lamentos por dónde sea que lo viesen, sea como sea eso no pareció llegaría a importar al ser que causó todas y cada una de esas penas.

—¿Cómo es que esto terminó de esta manera? —preguntó la valquiria que sentada en un extremo de una amplia cama cuestionaba todo lo que sus ojos le mostraron en tan solo un día, al otro lado de la cama la mujer de kimono hacía lo mismo.

—¿Qué hemos hecho? —susurró sin poder levantar la mirada otra vez, no pudiendo creer la causa de la tortura con la que odín vivió milenio tras milenio.

Nadie pudo conciliar el sueño, las penas arrebataron el descanso y las desgracias no hicieron más que aumentar.

Ahí fue cuando aquellos ojos dorados encontraron el valor para ver al destructor y se posaron detenidamente en él, que flotando más allá del balcón cercano parecía descansar, se preguntaba si dormía o tal vez si seguía despierto, se preguntaba cómo alguien como él puede albergar tanto poder.

No era un momento de calma, pues ella traía una angustia en su corazón, pues la única persona que tiene pudo haber fallecido si se encontraba en la destrucción causada, y todo por culpa suya, pero a pesar de las situación y de las desgracias que este hombre había traído en un solo día, no evitaba verlo genial, no podía dejar de mirarle.

—No eres un demonio, pero pareces ser uno de ellos de cierta manera ¿Qué se supone que eres entonces? —repentinamente esa cuestión llegó a ella, la mujer se alarmó, pues que el le dirigiese la palabra era extraño, parecía saber todo y sobre todo tal vez es algo que solo sus dotes de deidad le otorgan.

—Si, así es —respondió kuroka—. Soy un nekoshou que fue reencarnado en demonio —sin evitarlo desprendió nerviosismo en sus palabras, pero pronto la angustia se fue, pues no hubo más palabras que cruzaran y ella se limitó a descansar en aquella suave cama, esperando escucharle otra vez, pero la voz no llegó.

De forma lenta se puso en pie, vistiendo una bata que cubría su bien formado cuerpo y de forma lenta y tímida se acercó al balcón, aún estando lejos de ver lo que hacía, pero sintió tenerle más cerca que antes.

—¿Por qué le entregó ese objeto a las tierras Nórdicas? —cuestionó, sentándose y extendiendo su cuerpo en la superficie de la valla que sobresalía, una pregunta que atrapó la curiosidad de la chica de blanca cabellera que reposaba en la extensa cama tras ellos, despierta y atenta a la conversación.

La respuesta tardó un poco en llegar, pero al final lo hizo, envuelta en la fresca brisa del lugar.

—Lo hice porque es un privilegio que le dí a Odín, le dí la oportunidad de perecer por mi cuenta antes que su reino desaparezca — Respondió de forma calmada a la duda de la joven.

Ante la respuesta muchas más incógnitas llegaron y esa mujer quería solucionar todas y cada una, pues las respuestas a cada pregunta que se ha formulado desde que era una niña estaban frente a ella, en la forma del Hombre que las provocó en primer lugar.

—¿Hay más dioses como usted? —la pregunta vino repentinamente de la dama de plateada cabellera que dejó el lugar en el cual reposaba y dejó que sus pasos le condujeran hasta donde la conversación se había desatado.

—No, no hay más dioses como yo —esta vez se giró lo suficiente para ver con el rabillo del ojo a la valkiria, fue leve, pero ambas chicas observaron ese gesto antes de que él devolviese la mirada al frente.

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