XIII. La ley del más fuerte

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Tras verificar lo que ya tenía del caso asignado, que era muy poca información y para peor, demasiado ambigua, Nami decidió salir a investigar en terreno las escuelas a las que habían pertenecido las tres chicas desaparecidas, con el propósito de establecer ciertos parámetros de semejanza, si es que existían. El primer establecimiento parecía ser pequeño y de muy escasos recursos, además, estaba en un barrio en el que no existían lo que se conoce como moral o justicia. La situación no fue muy distinta de las otras dos escuelas, estaban incertas en lugares a los que la policía simplemente dejó de ir debido a que eran demasiados los delitos y muy pocas las pruebas; no podían arrestar a todo un barrio en busca de un ladrón, un asesino o cualquier otro tipo de delincuente, lo que provocó que todas sus alarmas se encendieran al instante; quizás sus peores hipótesis no estaban tan erradas.

Estaba estacionada a unas cuadras de la tercera escuela a la que visitaba, evaluando el entorno. Si alguien decidía simplemente desaparecer, era obvio que nadie se preocuparía por intentar buscar pistas o mostrar cierta empatía hacia los afectados. Tomó sus pertenencias de valor, las metió en los bolsillos de su chaqueta y bajó del auto dispuesta a buscar información a través de los trabajadores del lugar.

— Buenos días, ¿con quién debo hablar para obtener información de la escuela? Me interesa hacer algunos aportes al lugar — le dijo Nami a un hombre delgado que llevaba puesto un oberol y que barría desganadamente la tierra de la entrada al recinto.

— Oh, eso es nuevo. Siempre vienen a arrestrar niños o a retirarlos. Adelante, pase a hablar con la secretaria, es la primera puerta a la derecha — contestó con el mismo ánimo con el que barría.

— Bien, gracias —.

Ingresó al lugar que le había indicado el hombre, pero no había nadie en el escritorio, ni en la entrada, ni en ninguna parte. ¿Qué ocurría con la seguridad del lugar? Sin ánimos de esperar, comenzó a pasear por los pasillos en busca de alguna persona que pudiera responder sus preguntas, hasta que dio con una mujer alta y delgada, con cara de pocos amigos, que regañaba cruelmente a un grupo de niñas que salían del baño.

— ¡Y se fueron a su salón! Par de muertas de hambre... — exclamaba la mujer, cruzándose de brazos, pero su actitud cambió radicalmente al ver que la pelinaranja se acercaba a ella.

— ¡Buenos días! ¿En qué puedo ayudarla?, ¿viene a buscar a alguien?, ¿quiere matricular a algún querubín? — preguntó con un dulce tono de voz.

— Buenas, eh no, quiero hacerle un par de preguntas acerca del lugar, estoy interesada en hacer algunos aportes para el beneficio de los niños y niñas... ¿Me puede decir dónde encuentro a la secretaria o a la persona que dirige este lugar? — contestó Nami intentando reprimir su odio hacia la actitud de mierda que había mostrado la mujer con las pequeñas.

— Estás frente a la secretaria y directora de este lugar, ven, vamos a mi oficina.

Rápidamente la guió por los tétricos pasillos del lugar hacia el segundo piso, donde estaba la oficina de la directora. La hizo tomar asiento y le sirvió un café, que Nami ni se dignó a mirar. 

— Entonces, ¿quiere hacer aportes al lugar?, ¿hablamos de dinero o de algún otro material? — dijo de inmediato la mujer.

— Me gustaría aportar con libros, tengo demasiados y ya no sé qué hacer con ellos, pero... Lo hago principalmente porque aquí asiste la hija de una amiga. Quizás usted la conozca, es una niña muy bonita y bien portada — explicaba la chica, pero en cuanto mostró la foto de la chica, el rostro de la mujer cambió, ya no era tan risueña ni cariñosa.

El sabueso & la chica nubeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora