I. Aparecen nubes en NY

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— ¡Es ella! — gritó de pronto un chico moreno, poniéndose de pie al tiempo que golpeaba violentamente la superficie del mesón con la palma de su mano.

— ¿Cómo dice? De quién habla... — preguntaba la chica sentada al otro lado del mesón, observándolo nerviosa.

— Es la chica del sueño, ya sabes, recién te estaba hablando sobre eso — contestó el moreno, volviendo a sentarse lentamente, con los ojos fijos en la mujer que acababa de entrar en la estación de policía.

— Lo siento, no prestaba atención — se excusó la joven, encogiéndose en el asiento mientras se arreglaba uno que otro mechón rosado. 

— Claro, nunca nadie lo hace — resopló, despegando los ojos de la mujer, para fijarlos en la chica a la que estaba atendiendo y luego, al monitor de computador que estaba frente a él.

— Disculpe, solo vine a poner una denuncia por robo, no sé de que me está... — pero antes de que la joven pudiese seguir explicando su situación, él se puso  nuevamente de pie y corrió hacia la entrada de la estación policial.

Llevaba bastante tiempo en la estación como para haber sido delegado de sus tareas como detective a la recepción de denuncias solo por haber robado comida de la escena del crimen. ¿Acaso estaba mal? Su estómago no le estaba dejando trabajar bien y simplemente no podía concentrarse en los cadáveres que había dejado el tiroteo que realizó un adolescente dentro de un restaurante cerca de Brooklyn. En su defensa, la comida había quedado intacta y las víctimas ya no podrían comerla, por lo que prácticamente les hacía un favor. ¿Alguien podría decir que su actuar estuvo erróneo? No lo creía, por lo que día a día se quejaba de la injusticia que se cometió contra él.

Cada día, desde que recibió el castigo, había sido tan monótono que había ocasiones en las que no sabía ni en qué día estaba, y para charlar un rato con personas -que no fuesen los burlescos de sus compañeros- tomó el mal hábito de charlar con la gente que llegaba a la estación de policía por diferentes motivos, aún cuando en ocasiones no prestaba mucha atención a las denuncias que se efectuaban. 

— Um, ¿se-señooor? — dijo la chica, poniéndose de pie, observando dudosa al moreno, que estaba completamente sumido en otra "situación".

— Este idiota... Eh, no se preocupe señorita, yo le ayudo. ¿Cuál es su denuncia? — le comentó uno de los policías del lugar, también moreno, con una larga nariz y un abultado cabello negro. Sujetó a la chica de un brazo,  la hizo tomar asiento y se dispuso a acoger su solicitud. 



— Bien, como llegaste antes de lo esperado, lo ideal es que puedas ir conociendo al equipo con el que trabajarás; son personas eficientes, dedicadas y muy serias, gente en la que simplemente puedes confiar, así que no tengas dudas respecto a eso — le decía un hombre alto, corpulento y con enormes cejas que atravesaban su frente.

Su expresión, a pesar de ser muy seria al igual que su tono de voz, demostraba cierto orgullo por cada una de las personas con las que trabajaba. Tenía las manos cruzadas sobre su escritorio y la mirada fija en el pequeño rostro de la chica frente a él, que se disponía a responder algo frente a lo escuchado cuando de pronto la puerta de la oficina se abrió de golpe, dejando ver a uno de los funcionarios del lugar.

— ¡La chica de mis sueños! — exclamó el chico que acababa de entrar, apuntando a la pelinaranja que estaba sentada frente al jefe. 

Tanto el jefe como la chica dirigieron rápidamente la mirada hacia el moreno. Mientras que la chica lo observaba con cierta diversión, el hombre de las cejas intentaba fulminarlo con la mirada, haciéndole gestos para que saliera de la oficina. 

El sabueso & la chica nubeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora