Día 2: Call out

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DIA 2: CALL OUT

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DIA 2: CALL OUT.

O un grito que clama tu atención.

Félix siente algo por Marinette. No es consciente de ello hasta que...


El impacto le había destrozado el pecho, o al menos, tenía algo encima que le impedía respirar

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El impacto le había destrozado el pecho, o al menos, tenía algo encima que le impedía respirar. Su cuerpo tembló, perdiendo rápidamente las fuerzas, su mirada se desvanecía, se le hacía pesada, obnubilada, ligera. 

En segundos, dejó de sentir la mitad inferior del cuerpo y se dio cuenta, entonces, que estaba casi sepultado. 

Pero no podía tampoco mover las manos, o quizá sí, quizá algún dedo, sí, los de la mano derecha. Intentó estirarlos para avisar a alguien, para que alguien le ayudara. Pronto caería inconsciente, ya ajeno del dolor. De ese dolor que lo partía en dos, que le impedía pensar o ubicarse. 

¿Qué ha sucedido? ¿Qué me ha sucedido? ¿Dónde estoy?.

Pero nadie le contestó, ni en su mente, ni en el exterior. Solo, hundido, agonizando. Quiso gritar, desesperado, pero sus labios temblaron y no pronunciaron sonido, ni voz.

Este es el final, entonces.

Y ante las puertas de la muerte, las almas se vuelven ligeras, sin peso, sin culpa. Cuando se acepta el destino, cuando se acepta el final, tu mente vuela lejos tratando de saber que todo lo que hizo, lo hizo bien, sin error, sin lamentos. Y él supo, ahí entonces, que la vida se le escapaba de pronto, de repente, de manera apabullante. Sin estar listo, sin despedirse, sin amar.

Este es el final, lo sé.

En el último segundo de lucidez, un nombre apareció en su mente. Un nombre, titilante, suave, resplandeciente. Recordó su risa amplia y sincera, sus modales torpes, su tartamudez, su rostro ceñudo cuando la hacía enfadar, sus largos dedos dibujando, diseñando y creando. Ella, ella.

Un mujer, delicada pero intensa, dubitativa pero certera.

¿Me recordarás, Marinette?

En el último instante antes del final, lamentó nunca haberle invitado al té, lamentó nunca haber hablado más de dos cosas con ella. No era necesario, se dijo, nunca lo fue. Bastaba mirarla para conocerla, bastaba con observarla para saber cómo fruncía los labios cuando las cosas no salían bien. Bastaba con mirarla un segundo para saber que esa mujer era oro hecha carne. Valiosa, inhumana, etérea.

Él siempre se preguntó, dónde estaban todos los hombres del mundo que no podían ver eso. Ver a un ser humano casi perfecto, amable, íntegro. Tan empática, tan amigable. Palabra suave ante palabra dura. Tacto amable ante la ausencia de contacto. Y valor, y dedicación, y una sonrisa que iluminaba la tarde.

Marinette, nunca te lo dije, pensó agonizante.

Y en la hora de nuestra muerte, nuestra alma vuela rauda ligera, liviana, sin cargas a pesar de las deudas. Porque ya no hay nada más que podamos hacer, no hay nada más que suceda. Porque el punto, es el punto final, sin comas ni puntos suspensivos. Y nuestro cuerpo no pesa, no hay dolor.

Una lágrima cayó redonda por su mejilla.

Una voz le alcanzó en su despedida.

- ¡Félix!¡Félix! -

Su consuelo sería escuchar su melodiosa voz por última vez, antes de irse. Comprendió que el destino había sido misericordioso. Piedad, nunca se lo dije. Por favor.

- ¡Félix!¡Félix! -

Por favor. Sus ojos cayeron cerrados sobre sí, y la mano derecha que aún luchaba por encontrar a alguien, se quedó quieta para luego caer, inerte hacia un lado.

Por favor, por favor.

Irse sin poder despedirse, qué gran final.

Una nube de mariquitas multicolores y mágicas pasó veloz a través de la destrucción y la devastación. Recomponiendo, resucitando, creando. La resurrección. La divinidad.

Bendita seas Ladybug.

Y súbitamente, sin razón ni explicación, él estaba de pie, incólume, con su traje verde oscuro de chaleco y corbata, con la perfecta camisa muy bien planchada. Se miró las manos, los dedos, el anillo en su sitio. Se tocó el corazón, aún latía desbocado. A su alrededor, la gente parecía tan absurdamente alegre que le pareció incomprensible.

La muerte, la vida. Ahí mismo. 

Como cuando se lanzan los dados. 

Un juego, un albur.

- ¡Prodigiosa, prodigiosa! - Un susurro entre el gentío.

- ¿Estás bien?- preguntó una melodiosa voz, dirigida hacia él.

Y la heroína, la deidad, estaba enfrente suyo. Con sus ojos azules trasparentes dentro del antifaz de negro y rojo, su yoyo colgando de su cintura. Sus coletas ondeando al viento libre.

- ¿Estás bien?- repitió, un poco más ansiosa.

Ella le sujetó de los hombros, meneándolo ligeramente. Se veía preocupada y alterada, a pesar de su victoria. Un leve terror en sus profundos ojos, un leve temblor en sus dedos, los labios fruncidos, tratando de ahogar la desesperación y el agobio. 

¿Por qué Ladybug? ¿Por qué?

Suavemente, él asintió respondiendo a su pregunta.

- Sí, sí, estoy bien, gracias.- respondió rápidamente, aun asombrado que la heroína estuviera ahí, preocupándose por el.

Por favor, por favor.

- Félix, yo...-

Un insistente pitido se escuchó proveniente de sus pendientes, el primero, o el segundo. Ella se llevó las manos a las orejas, como un impulso milenario.

- Debo...debo irme...vuelve...con tu... primo...¿tú....estás bien?- dijo, tartamudeando.

Una última confirmación que él estaba bien. Meneó la cabeza de arriba a abajo, diciendo mentalmente: Sí, lo estoy. Lo estoy.

Y otra vez, ella lo tomó de los hombros y lo atrajo hacia sí. Abrazándolo despacio, sin forzar, muy tímidamente, como si no supiera qué eso era correcto. Sólo duró un parpadeo, porque el pitido otra vez sonó y esta vez, ahora sí, debía irse. Ella lo miró sonriendo y lanzó su yoyo hacia arriba, hacia el infinito, desapareciendo entre las nubes de cielo color esperanza.

- ¡Prodigiosa, prodigiosa! - susurraban las personas.

¡Marinette, Marinette!, cantó su mente.

Y salió veloz a buscarla, para ver si estaba bien, si ella estaba bien y para decirle, decirle, decirle...que te quiero.

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¡29 DIAS DE FELINETTE!

Ay cómo me mola volver a leerlo!

un fuerte abrazo!

* que siga el hiatus!!!

Gracias a todos por votar y comentar, os quiero un montonazo!!

Felix y Marinette. Felinettenovember 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora