23. DESPEDIDA.

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—Y entonces él le dijo que no podía vivir sin ella, Katherine por supuesto que le dijo que podría, pero él se negaba como un fuerte roble. Porque a pesar de todo, él sabía que podía vivir sin ella, más no quería hacerlo.

—Ya no quiero escuchar más de ese cuento abuela.
—me quedo meneando los pies a distancia del suelo sentado en el sofá. La abuela me ve sin entender.

—Creí que te gustaba, es tu libro favorito.

Recargo la espalda en el sofá desganado.
—Lo era, pero Heatclif no deja de ser un idiota.

En ese instante sentí su mirada suavizarse. Sus pecosas manos cerraron el libro dejando a medias un separador desgastado de cartón, entonces giró su cuerpo hacia mi y como si tuviera la apariencia de la que yo mismo podría tener a alguien a quien le gusta que le lean sus novelas favoritas, preguntó:

—¿Y porqué crees que lo es?

—Porque no deja ser feliz a Katherine—me cruzo de brazos sin verla—Es tan cansado tener que soportarlo con toda su arrogancia y avaricia.

La abuela suspiro.
—¿Y tú cómo sabes que Katherine era feliz?
—cuando pregunta no digo nada, entonces sigue.
—No porque veas a alguien iniciando una vida nueva o en el más allá, significa que está feliz.

Niego sin estar de acuerdo.
—Es que no lo entiendo, ella lo ama y él la ama. Pero no están juntos, y aún después de la muerte ellos no pueden dejarse. Es tan absurdo.

—Si que lo es—me ve haciéndome verla por igual.
—Escucha Evan, la metáfora solo es metáfora si no la entiendes correctamente. Ambos eran almas gemelas en vidas equivocadas y querer estar con las personas que amas no es ser un idiota.

Cierto los ojos.
—Lo sé.
Suspiro recargando la cabeza en el respaldo. Entonces la oigo reír ligeramente con esa risa tan vibrante y melódica.

—Cariño, solo tienes doce años. Todavía no lo entiendes del todo—me acaricia el cabello despeinado—Tal vez cuando crezcas lo entiendas.

Ruedo los ojos sin ganas.
—¿Entender que? ¿Qué las novelas son absurdas?
—vuelvo a oírla reír. Pero enseguida repone:

—Entender que el amor que muchas de las veces llagamos a sentir por alguien puede ser tan fuerte, que somos más que capaces de pasar toda una vida anhelando con encontrarnos de nuevo—deposita un beso en mi cabeza—Y mientras eso te pasa, tu déjalo ser.

—Evan, hijo—la mano de mi madre se posa en mi hombro haciéndome salir de mi trance.

Me limpio las lágrimas de las mejillas dejando de ver el jardín. Mi madre no dice nada, únicamente se sienta a mi lado mientras intento asimilar que hace unas horas atrás todo estaba bien.
Las voces de la familia dentro de la casa murmullan mientras los vecinos comienzan a asomarse entre sus puertas hacia la fría calle en busca de una respuesta a tantos autos en el jardín y tan poco ruido entre ellos. Me remojo los labios resecos tragando saliva.

—¿Mi padre vendrá?
Pregunto sin verla, pero cuando un segundo se inunda en silencio. Ya puedo imaginarlo.

—Ya sabe la noticia, pero aún tenía cosas que hacer en Mexico, así que no lo sé cariño—me da un ligero masaje en la nuca con las llamas de sus manos.

—Ni siquiera le importa.

—Evan, no digas eso.
Me riñe pero entonces le veo.

—¿Te parece siquiera que le importa?—me mofo con sorna—No lo justifiques. Como sea, seguro que a la abuela tampoco le sorprendería.

La ley de los chicos rebeldes©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora