Prólogo.

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Isabela Madrigal, el sinónimo de perfección en el encanto.

No hay día en que no se escuche un pensado y asertivo elogio a la morena, siempre con sus hermosas flores que rebosan con alegría. ¡Una preciosura!

¿Y si hablamos de la misma chica que abraza cactus?

Pero no cualquier cactus, más bien uno trigueño, con hermosa voz y oscuros ojos. Un cactus que regresó al encanto y fue enriquecedor para la mayor de los Madrigal.

Sabía, había escuchado los rumores del regreso de la fantástica hija de los Guzmán, Daniela. La joya de la familia, bueno, lo fue hasta el momento en que decidió marcharse por tiempo indefinido y Mariano pasó a ser la luz de los ojos del pueblo, de su madre y la abuela Madrigal.

Y si Isabela es un amor para el pueblo, Daniela estaba al nivel de eso. Ambas jóvenes amadas por todos, tan amables como hermosas, tan refrescantes de presenciar. Claro, una resalta por su increíble don y la otra siempre había preferido pasar desapercibida.

Pero la trigueña es un total cactus, una planta apática para los Madrigal, algo no común y que Isabela adoraba con todo su ser, muriendo por tomarlo en sus manos, por abrazarlo.

Isabela Madrigal anhela ese escape, en donde abraza –y más– a un inofensivo cactus.

La vida de Isabela ha sido como una planta en maceta, una bonita decoración. Su crecimiento se verá atrofiado porque otros se negarán a dejarla crecer.

Se liberará cuando atesore aquellos pinchazos que le devolverán los colores que desea.

Cactus | Isabela Madrigal [Versión Extendida]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora