Epílogo.

691 81 11
                                    

Dos cuerpos fundidos en un suave colchón, embriagados del dulce aroma de las flores que sobrepueblan la habitación.

Ve con ternura el perfil de su pareja, quien tiene la boca entreabierta, hundida en sus sueños.

¿Cómo es que había llegado hasta ahí?

Sonríe al recordar el melancólico momento que tuvo hace menos de una hora con los señores Madrigal. Había llegado a la casita Madrigal en medio de una noche tormentosa, interrumpiendo el sueño de Julieta y Agustín, ahora se lamenta haber sido tan insensible, pero se moría de ganas por hablar con ellos debidamente. Aún recuerda la sonrisa que atravesó el rostro del hombre en cuanto le mencionó sus intenciones y la risa encantadora de la señora que preparaba café y la enredaba en una toalla.

Se encoge en la cama, tira de las sabanas que le son arrebatadas. Por su mente cruzan vagamente las palabras de aliento y aceptación que le dieron, sin contar el pequeño regaño de caminar bajo la lluvia en mitad de la noche.

Su despertar fue más cálido que su noche, no solo por poder abrazar a la morena, misma que acostumbra a despertar muy temprano y quedarse jugando con sus flores; un peso en sus piernas le causó más interés.

– No grites, lo vas a asustar... – ronronea la muchacha en su oído, con un aliento caliente que la saca de sus casillas.

– Isa, está un jaguar en la cama – gruñe contra la almohada –. Parce, bájate – ordena al animal.

– Toñito se va enojar – apunta al suelo.

Con extrañes, se apoya en su codo para poder asomarse al suelo, junto a la cama duermen los primos Madrigal, envueltos en cobijas, con los pies en cabezas de otros, encajándose el codo y pateándose. Son un desastre durmiendo.

– Me iré a bañar, ya vuelvo – recibe un corto beso. Isabela toma ropa sin cuidar si pisa a su hermana o no, claro que Mirabel se mantiene quieta en su lugar.

Se tira en la cama, colgando la cabeza para ver a los primos que repentinamente se sientan en cuanto Isabela cierra la puerta detrás suyo.

– ¿Le vas a proponer matrimonio a Isabela?

– Dolores, grillito parlanchín – presiona su dedo en la punta de la nariz de la mencionada.

– ¡Si lo harás! Les dije que no mentía, ayer llegó a pedir la bendición a mis tíos.

Voltea los ojos con diversión, se vuelve a acomodar en la cama, abrazando una almohada, lista para volver a su sueño.

Y eso hubiera hecho, de no ser que todos los Madrigal se subieron con ella a la cama, espantando al pobre jaguar.

– Te ayudaremos.

– No necesito su ayuda.

– Conocemos a Isabela mejor que nadie, te conviene nuestra ayuda. ¡Somos los Madrigal!

– Den gracias al milagro que Dolores es la del súper oído – cubre su cabeza con la almohada –, déjenme dormir.

Procedió a ignorar los chillidos y opiniones de los jóvenes emocionados, que no la dejaron dormir.

Al poco tiempo la familia se dispersa por la plaza, realizando sus labores diarias. Había tenido la desdicha de despedirse de la morena y esa fue la oportunidad de su hermano, Mariano, para llevarla de nuevo a la casita junto al resto de los primos Madrigal que se escabulleron para evadir sus responsabilidades.

Cada día de las siguientes semanas fueron así, con los muchachos presurosos a desocuparse cuanto antes y raptar cada tarde a la hija de los Guzmán, quien acostumbró a esperarlos en la entrada de su casa.

Cactus | Isabela Madrigal [Versión Extendida]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora