Capítulo 01

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Un soleado día en un pueblo de Colombia, donde las voces resaltan y los dones brillan bajo la luz de la vela del encanto.

Las hermanas Madrigal ayudaban a su madre a instalarse en la plaza del pueblo, sacando y acomodando bocadillos por si algún incidente se presentaba durante el día. Por supuesto, su primer visitante fue su propio padre.

– Por Dios, Agustín – la mujer le entregaba unos panecillos junto a un dulce beso en la mejilla.

Las jóvenes preferían escuchar la suave música de fondo, tan conocida. Una voz arrullante acompañada de tambores y guitarra, por supuesto que sabía quien cantaba y quería evitarlo.

La morena agitaba sus brazos para dar vida al lugar, una hermosas flores violetas adornaban la mesa y las enredaderas crecían con rebeldía. Para los pueblerinos, el simple hecho de ver a Isabela alzar plantas, es un show digno de admirar. Claro, para Mirabel es solo una pérdida de tiempo y bochornoso para sus ojos.
Isabela se va acercando a su hermana, aun manteniendo la gran sonrisa a la que todos están acostumbrados a ver y casi sin mover sus labios dice:

– Mirabel, más ayuda el que no estorba.

Dejaba crecer una rosa entre su oreja y su cabello. En Isabela no faltó la ceja alzada y en Mirabel la costumbre de presionar sus labios para evitar excederse con las palabras insultantes a su hermana. El sol había jurado una buena tarde calurosa, las mejillas rojizas de Mirabel delataban el ambiente, otro motivo de burlas por parte de su hermana mayor.

– Oh id-

– ¡Mis niñas! ¿Han escuchado la hermosa voz de la hija de los Guzmán? Todo un angel.

– ¿Ella está aquí? – fue suficiente para que la menor disimulara su enojo con la mayor y centrara su atención en la abuela.

La mujer entrelazó sus brazos con los de sus nietas para moverse por la plaza, intercambiando palabras con quienes se les cruzaban pero sin perder el claro objetivo: la casa de los Guzmán.

¿Estaba aterrada? Oh, por supuesto, sus ojos podían ver flores alborotadas con tan solo pasar por su lado y las buganvilias floreciendo a montones. Incluso las enredaderas bajaban a las calles empedradas e intentan alcanzar las piernas temblorosas de Isabela. Los nervios se acumulaban en su pecho, tenía bastante sin ver a la persona del motivo de la visita.

Mirabel no tardó en notar la contradicción de las flores con la fingida calma de Isabela, como no notar a las enredaderas que se esfuerzan por detenerlas hasta el punto de hacerlas tropezar. Podría ser un momento divertido, Mirabel no es tonta.

– ¡Madrigal! – una trigueña de cabello castaño quebrado, un bonito vestido verdoso y de estatura promedio, se les acerca con mucha emoción. Cuando suelta la guitarra, la abuela no tarda en tomarla de las manos para estar más juntas – pero que refrescante es verlas.

– Nos alegra tanto verte tan bendecida, Daniela.

Ahí fue cuando la muchacha se decidió a ver a las acompañantes de la matriarca Madrigal.

Se cautivó, el calor disimuló muy bien el sonrojo difuminado en piel de ambas. Aun saturada por la gozosa presencia de Isabela, se esfuerza por expresar su alegría acompañada de una sonrisa.

– Oh Isabela, te ves tan radiante como un girasol.

Con solo escuchar tan rebuscado halago, en su cabello brotan flores violetas y hasta en el volado de su vestido. Mirabel reconocía muy bien esas reacciones, tan curiosas como las enredaderas que liberaban las morenas pantorrillas.

– ¿Qué? ¿Yo? – intentó serenarse frente a su abuela – tu te ves... ¿Bien?

– ¿Pero qué dices, Isabela? Daniela se ve tan hermosa como cuando era niña – salía la anciana en su defensa, sus manos daban suaves pellizcos en sus mejillas.

Cactus | Isabela Madrigal [Versión Extendida]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora