34. Llamarada

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Charlotte Harrison

—Que bien te mueves, ricura...

Mi sentido de alarma se enciende, pero no dejo de bailar. Al contrario, contoneo el trasero restregándoselo al hombre atrás de mí directo a su entrepierna, olvidándome de todo caos existente en mi vida. No digo que esté bien, pero tampoco que esté mal. Solo somos dos personas bailando al ritmo de la música sensual que suena en nuestro entorno.

Con una mano toma mi cintura, y con la otra toma mi mano la cual enlazo con la suya, me pega más a su pecho, y sonrío al darme cuenta que el hombre baila así de bien.

¿Follará igual de bien?

Me deshago de ese último pensamiento. Bajo lentamente balanceando mis caderas, y subo igual de lento contoneándolas mientras me aprieta la cintura. El vestido color azul brillante que llevo puesto se arruga cuando el hombre me aprieta. Un cosquilleo aparece en mi vientre, humedeciendo mi entrepierna cuando me toma de esa manera y...

Me gira sobre mi propio eje. Lo encaro, topándome con un par de ojos azul cielo encendidos.

Yo lo he visto...

Vuelve a rodear mi cintura con una de sus manos, no dejamos de bailar a pesar de que nos hemos dado cuenta quien es quien. Me toma de la mano, dándome después una vuelta rápida, volviéndome a sujetar de la cintura. Bajamos lento, y recobramos la compostura quedando frente a frente. Siento su aliento, su respiración entrecortada.

Le sonrío, y me sonríe maliciosamente cuando termina la canción.

Lo reparo con la mirada, va vestido con jeans casuales, camisa negra con dos botones desabrochados dejando entre ver un poco sus pectorales, y unas botas —probablemente Balenciaga—, en color negras. Es de piel perlada y de cabello exageradamente color negro. Desprende sencillez, pero con vestimenta cara, y su mirada depredadora es lo que me atrapa por unos milisegundos cuando poso mis ojos en los suyos.

—Congeniamos bien al bailar —dice, repasando mi cuerpo con su mirada —. ¿Tu nombre era...?

¡Joder, qué pena!

—Charlotte —respondo —. Mi nombre es Charlotte.

Me doy la media vuelta, encaminándome a la mesa en la que nos encontrábamos hace unos minutos. Tomo la botella, empinándomela dándole un largo trago. El picor del tequila me hace toser al pasar por mi garganta, y solo me limito hacer gestos cuando vuelvo a dejar la botella sobre la mesa.

—La casada —sueltan a mis espaldas.

Volteo, y es el mismo hombre con el que he bailado, el mismo hombre que es el cliente de Osuna.

—Si. —Respondo tajante.

Se posiciona frente a mí, recargando los codos en la mesa alta del bar. Vuelve a sonreír, y yo me muero de la pena al saber que he bailado con él de esa forma.

—No te apenes Charlotte, no eres la primera con la que he bailado.

Imbécil.

Trato de no mirarlo, me ha dejado muda y sé que si respondo algo diré estupideces. Me quedo callada rellenando a cada nada el vasito tequilero, y cuando pienso que está por irse, aparece Izan saludándolo con emoción.

—¡Leister! —exclama mi amigo al verlo —. Pensé que no vendrías.

—Aquí me tienes —responde el hombre.

—Te presento, aunque seguro ya las conoces. Ella es Nay y ella Charlotte.

El hombre saluda a Nay, y después a mí. Siento mis mejillas ardiendo de la pena que sigue apoderándose de mí.

PERVERSOS 1° SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora