35. Familia Harrison

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Charlotte Harrison

Llevo dos días sin hablar con Oliver. Es martes, y ni sus luces han pasado por el pasillo del apartamento. No hemos dormido juntos, no me he mudado de habitación, pero no hemos dormido en la misma cama.

Me levanto a duras penas de la cama. Tomo una ducha rápida y en cuanto lo hago me cambio y salgo de la habitación a la cocina donde Lucy ya se encuentra preparando el desayuno. Tomo asiento en uno de los taburetes de la isla de mármol, y saludo a la mujer.

—Lucy, ¿has visto a...?

—Aquí estoy —responde Oliver, impregnando la cocina con su loción.

No me mira, y yo lo hago solo de reojo. Va de traje, algo extraño ya que no suele usarlo cuando le toca cirugía, por lo que dedujo no tendrá ninguna el día de hoy. Toma el almuerzo igual al mío, pero en silencio. Siento una ligera capa de tensión, de furia proveniente de él. Sé que tiene muchas preguntas por hacerme, interrogarme, quiere respuestas de mis sentimientos por él, pero si lo alentó a que me pregunte, seguramente terminaré llorando por todo lo que estoy sintiendo y sigo callando.

—¿Seguirás acosándome con la mirada? —me pregunta.

Vuelvo la vista al plato, pero decido hablar.

—Quieres respuestas, lo sé. —Digo.

Oliver levanta la mano derecha, una digna señal para que cierre la boca. Guardo silencio, manteniéndome así hasta que él termina el desayuno, se levanta y se va sin despedirse.

No voy a negarlo, me duele la armadura de hielo que ha creado para no hablarme. Pero por otro lado lo comprendo. Oliver puede ser orgulloso si así se lo propone, y quien soy yo para reprocharle eso.

Termino el desayuno, me despido de Lucy, tomo mi abrigo y salgo del apartamento. Ya en la recepción, camino a toda prisa tratando de no toparme con Mercy y Marcus juntos. Así que vuelo al estacionamiento y cuando llego me subo al coche.

Soy una descarada.

Lo soy por subirme al coche que Oliver compró para mí, mientras yo follaba con su mejor amigo.

Arranco el motor, y para cuando llego a la oficina corro hasta mi lugar donde Julián me espera con la siguiente propuesta.

—¡Buenos días! Aquí tiene señora Archer —me saluda y estira el brazo entregándome un vaso de café.

—¡Dios! Muchas gracias Julián, de verdad. —Le doy un sorbo y después, respiro profundo —¿Listo?

Asiento, pero después niega sacudiendo la cabeza.

—¡No! Estoy nervioso —dice, mientras caminamos hacia el pasillo con dirección al penúltimo piso.

—Lo sé, estoy igual.

Es la cuarta vez que le mostraremos la propuesta del proyecto al gerente del departamento de Calidad de Software. Harry Statham es muy detallista, y nosotros nos hemos empeñado hacer exactamente lo mismo.

Al llegar a su piso, caminamos hasta su oficina donde ya nos espera. Entramos, y ponemos la presentación en la pantalla junto a su escritorio. Comenzamos a explicarle de nuevo lo que conlleva éste proyecto, donde no solo son mejoras para uno o dos clientes, sino para todos en general.

—Las mejoras consisten en las aplicaciones —digo —, convirtiéndolas más accesibles. En ésta época es lo que más se utiliza, las aplicaciones y aunque tenemos las propias de la compañía, una remodelación en la programación, no les hará daño.

Harry hojea el pequeño libro con los detalles de la propuesta. Es un hombre de algunos cuarenta años, rostro perfilado y cabello color castaño. No se ve viejo, ni tampoco joven. Su rostro es acorde a la edad que tiene. Por lo que dicen, el hombre no es casado, pero sí muy libertino.

PERVERSOS 1° SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora