VII No temas a los muertos

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Las puertas de la biblioteca se abrieron de par en par, Erik entró como aquellos vaqueros de las películas del viejo oeste; sin duda, una entrada dramática para un sitio tan calmado. Un par de personas voltearon a verlo, y él se escabullo algo apenado entre los estantes de libros. En su mente, Erik entraba con desespero y gritaba el nombre de Charles para luego interrogarlo. Claramente tuvo que calmarse antes de proceder, sabía que preguntas haría y como debía actuar para que los ahí presentes y las cámaras de seguridad no vieran que hablaba solo. Porque en realidad no lo hacía, claramente él hablaba con el fantasma de una persona que vivió hace más de doscientos años.

Tranquilo, no tengas miedo. Erik repetía mentalmente esa frase, y una vez armado de valor fue con pisadas cautelosas al estante del rincón; ahí en donde vio a Charles por primera vez.

Por su parte, Charles había visto todo el espectáculo que significaba la visita de Erik. Desde el ímpetu con que abrió las puertas del lugar hasta la danza de delicados pasos que hizo para llegar al rincón de la biblioteca. No sabía qué, pero algo había cambiado en la conducta de quien ahora consideraba su nuevo amigo. Y para averiguarlo, acudió al llamado de Erik.

— Buenas tardes, Erik.

La cortesía del fantasma no fue bien correspondida, Erik no dijo nada y se limitó a inspeccionar minuciosamente a Charles. Volvía a notar aquellos ojos azules que contrastaban con la piel pálida, y la luminiscencia blanca de la ropa.

— ¿Cómo sé que no quieres hacerme daño? — murmuró Erik.

La pregunta sorprendió a Charles, esperaba un encuentro más amistoso, pero ahora podía confirmar lo que había cambiado en Erik; él sentía miedo.

— No sé de qué hablas.

Erik pasó ambas manos por su cabello, y exhaló la frustración que la situación le causaba.

— ¿Qué quieres de mí? ¿Cómo puedo estar seguro de que no trataras de matarme o de poseerme? ¿Eres de los fantasmas buenos o de los malos?

Erik pudo seguir con las preguntas, pero las que había hecho ya eran suficientes. La situación para Charles era ridícula y comprensible a la vez . Si él estuviera en el lugar de Erik, también actuaria de la misma forma.

— Si quisiera hacerte daño, ya lo hubiera hecho desde la primera vez que nos vimos. ¿No lo crees?

Erik se quedó pensando un momento, ¿había forma de confiar en la palabra de alguien que ya no está vivo? De forma automática, le llegó un recuerdo de su madre.

Era Halloween, Erik tenía diez años y había salido a pedir dulces como cualquier niño que celebra dicha festividad. Después de recolectar todo tipo de caramelos y chocolates, él y sus amigos comenzaron a contar historias de terror, leyendas urbanas y cualquier mito que se les ocurriera. El pequeño Erik soportó lo mejor que pudo aquellos relatos; sin embargo, aquella noche no pudo dormir debido a las pesadillas. Al día siguiente su madre le dijo un dicho algo popular entre los adultos "Hay que tenerle miedo a los vivos, no a los muertos".

Las piernas de Erik flaquearon, haciendo que él terminara sentado en el piso. Estaba confundido, pero ya no asustado. Charles tuvo compasión por él y se sentó a su lado.

— No temas, jamás te haría daño.

Erik miró a los ojos al fantasma, al hacerlo tuvo una mezcla de sentimientos. Los ojos de Charles trasmitían paz y angustia, amor y tristeza, todo al mismo tiempo.

— ¿Quién eres? — preguntó Erik casi sin aliento.

Charles dudo un poco y luego decidió que era momento para hablar de quien había sido antes de morir, tal vez de esta manera encontraría el camino para descansar en paz.

Más allá de esta vida CHERIKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora