✿; Capítulo ocho

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Mew estaba sentado en la mesa del comedor escolar esperando por Gulf y Mild. La mayoría de veces llegaba tarde, pero esta vez había sido el más puntual. Quizás la ansiedad por ver a Gulf tenían algo que ver.

Sorbió de su pajita el delicioso jugo de fresas y después de terminarlo decidió ver su celular '08:00' la hora exacta para la comida y aún ni Gulf, ni Mild daban rastros de vida.

Suspiró, que agonía.

Cuando se decidió a sacar su celular y mandarle un mensaje de texto a Gulf y a Mild. Observó cómo estos hacían acto de presencia. Vio como Gulf le comentaba algo a Mild y este asentía. Al ver que Mild se dirigía en su dirección y Gulf se iba a otra mesa, el corazón de Mew se achicó haciéndose bolita.

—¡Hola Phi Mew!—saludo un energético Mild. Se sentó y comenzó a masticar su tostada.

—Hola Mild—trato de sonar amistoso, pero pareció más un gruñido que un recibimiento.

Mild dejo de comer y le miró con curiosidad, sus cejas alzándose.

—Parece cómo si te hubiera caído un camión encima ¿Qué ha ocurrido?—pregunto y le palmeó el hombro de manera consoladora—Ni me digas, esa borrachera del sábado debió dejarte liquidado.

Mew asintió. Su sonrisa rígida.

—Creo que si, recuérdame no tomar más nunca en mi vida—pidio.

Mild sonrió.

—Anotado, jefe.

Mew suavizó el rostro, para después bajar la mirada y jugar con sus dedos, como si eso fuera lo más interesante del mundo.

—¿Por qué Gulf no quiso sentarse con nosotros?—su tono desbordaba dolor.

Mild estudio a su amigo y pudo notar la desesperación y como aquellos ojos caramelos se veían opacos.

—Yo creo que tú lo sabes muy bien—dijo y suspiró—Gulf esta molesto...—se detuvo un rato y después continuo—El que fueras a mitad de la noche borracho y en pijamas de león y que a parte le hayas dado una serenata diciéndole muchas veces Bro, lo cabreo—rió y negó—Aunque me parece idiota que se moleste por eso y juro que trate de convencerlo de venir a comer con nosotros, pero se negó. Sabes lo testarudo que llega hacer Kanawut cuando se molesta.

Mew se sintió abatido al escuchar eso. Su corazón dolía y el malestar en su garganta comenzaba hacerse presente. Apretó las manos en sus piernas.

—Si lo sé, es el ser más testarudo que puede haber—afirma y después infla las mejillas, su dolor volviéndose en molestia en segundos—Se que fui un idiota esa noche, pero es inmaduro de su parte que por esa tontería no quiera sentarse a comer con nosotros, ni que lo fuera violado.

—Aunque te apoyo en esto, porque es muy infantil de su parte ignorarte por una canción que contenía mucho la palabra Bro, ni que fuera una canción demoniaca—comenta para después ponerse un poco serio—Pero debo decirte esto y esta vez voy hacer lo más sincero posible. Ambos son inmaduros.

Mew le miró mal.

—Creo que te equivocas. Gulf está demostrando ser él inmaduro aquí.

Mild le miro detenidamente, sus ojos viendo a través de él. Mew sintió un escalofrío recorrerlo.

—Tu también has sido inmaduro. Ir a su casa borracho y con un pijama de león, solo con la idea de molestarlo ¿Para qué? para que se confiese. Eso es patético. Por una vez en tu vida ponte los pantalones y confiesate. Porque puedo asegurar que ese idiota también te corresponde.

Mew abrió los ojos perplejo. ¿Cómo Mild pudo decifrarlo en un segundo? ¿Acaso era psíquico o una especie de brujo?

—No creo que le guste a Gulf de ese modo—admitio y miro a la mesa. Saborear las palabras que había dicho dolían.

Mild suspiró.

—¡Tonto eres un tonto! Apuesto toda mi jodida mesada que Gulf te corresponde, pero como eres un idiota nunca lo averiguaras.

—¡Que desfachatez! ¿Enserio estás insultando a tu Phi?

Mild le miró desafiante.

—Si, al igual que insulte al idiota de Gulf hace rato. Definitivamente son ambos unos tontos esperando que el otro se confiese. Creo que me caso yo primero y aún ustedes siguen siendo amigos.

Mew quería refutar o gritarle a Mild. Pero no podía, el chico esta vez tenía razón. Recostó la cabeza en la mesa y soltó un suspiro.

—Aunque me cueste admitirlo, tienes razón, esto se ha vuelto una guerra de críos.

Mild alzó las manos al techo.

—¡Esto es un milagro!—dejo de mirar al techo y chasqueo la lengua, su sonrisa burlona—Que Mew Suppasit admita algo es un récord guiness.

Mew medio sonrió.

—Exagerado.

Mew siguió recostado en la mesa pensativo. Debía ser sincero, este era el momento, no debía huir, era ahora o nunca. Con ese pensamiento en mente se quedó más tranquilo.

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