CAPÍTULO 10

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El príncipe pegó un gritó tan fuerte que se quedó sin aire, se sentía como si un edificio le hubiera caído encima.

– Aseguren... la... zona.

La voz grave del jefe de seguridad, cargada de dolor, daba instrucciones a sus hombres. Louis tosió e inspiró el aire acre que los rodeaba. Intentó ponerse de espaldas y se dio cuenta de que era Harry quien lo aplastaba con su cuerpo.

– ¿Qué...?

– Louis. No te muevas – sus diestras manos recorrieron su cuerpo con eficacia mecánica. Cuando se aseguró de que no estaba malherido se levantó con torpeza.

El príncipe vio lo que quedaba de la fachada de su edificio. La puerta contra incendios estaba en el suelo, abollada. Anonadado por el caos y la devastación que lo rodeaban, luego miró a su guardaespaldas.

– Oh, Harry. ¿Estás herido? – ignorando el dolor de las manos y de su hombro izquierdo con el que había golpeado el suelo, llevó la mano al desgarrón de la manga de la chaqueta de Harry. La camisa blanca empezaba a teñirse de rojo.

– Metan al príncipe... en mi auto – jadeó él, quitándose la chaqueta desgarrada.

– No – Louis llevó la mano hacia su guardaespaldas, deseando ayudarlo, pero él agitó el brazo en el aire.

– ¡Ahora! – su tono no daba lugar a discusión. Sus hombres agarraron a Louis y lo llevaron a la limusina.

Oía a Harry dando órdenes y el sonido de una sirena de policía. Voces preocupadas se filtraban entre el polvo y el humo hasta que los hombres del jefe de seguridad contuvieron a los curiosos.

Minutos después de la llegada de la policía, Harry se sentó a su lado. Llevaba puesta una chaqueta de cuero negro; nada en su apariencia sugería que acababa de lanzarse sobre él y recibido el impacto de cristal, ladrillos y escayolas para protegerlo. Parecía sereno y controlado.

Louis, en cambio, no podía dejar de estar preocupado. Era el culpable de lo ocurrido. Le había dicho que no cambiara el itinerario y no le había hecho caso. Había buscado el consuelo de algo familiar. O tal vez vengarse de su guardaespaldas por dejarlo, para obligarlo a ir tras él.

Dejó escapar un suspiro. Lo cierto era que había puesto en peligro a los encargados de protegerlo y se sentía fatal. Además, ¡era verdad que estaba en peligro! Había querido creer que Harry se equivocaba.

– Lo siento – musitó –. Me siento fatal.

– No es culpa tuya – le dijo él con voz seca.

El príncipe se sintió aún peor, era obvio que se culpaba a sí mismo.

– Sí lo es. Tendría que haber...

– ¡No! Yo tendría que haber... – lo miró a los ojos y calló –. ¿Estás herido?

– No. Estoy bien.

– Louis – su tono le advirtió que iba a ponerse bruto si no cooperaba.

– La muñeca – admitió. – El hombro y la cadera. Y necesito un vaso de agua. – Como si hubiera hablado en voz alta, Harry sacó una botella del minibar y la abrió.

Merci.

– Deja que te mire las manos.

Tembloroso, las extendió y Harry tocó cuidadosamente los huesos de su muñeca.

– Creo que no hay huesos rotos, pero tienes las palmas de las manos muy raspadas.

– Se curarán – dijo él.

EL GUARDAESPALDAS DEL PRINCÍPE [LS AP]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora