CAPÍTULO 1

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Mientras conducía, Louis contemplaba el esplendoroso sol veraniego que iluminaba la exquisita campiña Inglesa a la que había llegado. Deseó estar a mil kilómetros de allí.

Tal vez a un millón. En otro planeta donde nadie conociera su nombre. Donde nadie supiera que el hombre con quien su madre había esperado que se casara iba a casarse con otro y nadie lo compadeciera por ello.

«Es hora de que dejes de perder el tiempo en Paris, hijo, y vuelvas a casa».

Ese comentario condescendiente, de esa misma mañana, le había hecho hervir la sangre. Llenaba su cabeza, apagando la voz que en ese momento cantaba en el estéreo del auto, disuadiendo su anhelo de volver a casa. Su casa era el último lugar al que Louis quería ir.

Por supuesto, la ira de su madre se debía a que le había decepcionado que el hombre al que su hijo había estado prometido en matrimonio desde que era un adolescente estaba por casarse con otro.

Le había dicho «Un príncipe en línea de sucesión como tú no tiene tiempo que perder, necesitas establecerte y cumplir con los deberes que te corresponden en la Corona», como si estar a un año de cumplir los treinta –aunque se veía más joven– fuera culpa suya.

Lo cierto era que Louis aunque sí quería enamorarse no quería saber nada de sus obligaciones como príncipe real. Y sí, quería casarse. Pero no con Liam, su amigo de infancia que era casi como un hermano; él tampoco había querido casarse con Louis.

El problema era que ambos habían seguido el juego del compromiso ideado por sus familias demasiado tiempo, utilizándose el uno al otro para asistir juntos a eventos cuando les resultaba conveniente.

A su madre no le habría gustado nada enterarse de eso. De alguna manera, tras la muerte de su padre hacía más de doce años, su relación con ella no era la mejor. Louis aferró el volante con más fuerza y tomó la estrecha carretera campestre que corría junto al Château Royal, la propiedad del siglo XV de Liam.

Durante ocho años había vivido feliz y de forma discreta en París. Había estudiado en la universidad y creado su propia empresa. Solo asistía a los eventos reales cuando Alice, su hermana mayor, estaba ausente. Pero temía que eso llegaría a su fin, ahora que Liam, marqués de Narbonne, iba a casarse con un amigo suyo.

Louis arrugó la nariz por su estado melancólico. Liam y Zayn, su futuro esposo, se habían enamorado a primera vista dos meses antes y se les veía muy felices. Se completaban el uno al otro de un modo que habría inspirado a los poetas; no estaba celoso.

En absoluto.

Su vida iba de maravilla. Su galería, Galerie Rouge, acababa de ser reseñada en una prestigiosa revista de arte y tenía más trabajo que nunca. Era cierto que su vida amorosa era más bien inexistente, pero su ruptura con Gregg, el hombre con quien había salido tres años antes, lo había dejado emocionalmente agotado y algo temeroso.

Cinco años mayor que él, le había parecido el epítome del intelectualismo burgués: un hombre al que no le importaba su sangre real y lo amaba por sí mismo. Había tardado dos años en darse cuenta de que el sutil criticismo y su deseo de «enseñarle» cuanto sabía se debía a que era un hombre tan egocéntrico y controlador como lo era su madre, la matriarca de su familia.

Deseó no haber pensado en Gregg, porque se sintió aún peor. Solo se había sentido tan mal cuando paseaba solo a orillas del Sena y veía a parejas que no podían dar más de dos pasos sin besarse. Él nunca había sentido eso. Ni una vez. Se preguntaba si algún día llegaría a sentirlo, si algún día llegaría realmente a enamorarse.

Tras romper con Gregg había decidido salir solo con hombres agradables y con valores sólidos. Pero no le habían inspirado más que amistad. Por suerte, su galería lo mantenía demasiado ocupado para pensar en lo que le faltaba. Y en cuanto a envejecer...

EL GUARDAESPALDAS DEL PRINCÍPE [LS AP]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora