XXI

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La situación narrada en la quebrada voz del castaño había pasado hace cinco años, años en los que Felix habría luchado con su mente para no volver a aquél profundo estado de tristeza y desesperación.

La familia Lee lo había ayudado a como pudieran, pagándole las terapias y medicamentos que necesitase, y entregándole todo el apoyo que pudieran dar, pero para el rubio esto nunca había sido del todo un alivio.

Tenían mucho amor que dar y también suficiente dinero, dos cosas que Felix creía nunca sería capaz de devolverles con lo poco que él era y lo poco que tendría de no ser por ellos.

Se sentía un improbable merecedor de todo lo que recibía, haciendo que pronto comenzara a desesperarle el hecho de que su mente no fuera capaz de aceptar la felicidad, volviendo a los mismos pensamientos que habría tenido hasta entonces.

Decidió irse a vivir solo cuando cumplió dieciocho años, en busca de separar sus espacios y librarse de los pensamientos que lo catalogaban como un intruso en la familia Lee. Era claro que entonces ellos ofrecerían pagarle todo, pero fue algo que terminó aceptando de todas formas, pues tampoco tenía otra forma de hacerlo.

Lo que no sabía es que luego en el gran departamento, uno de los mejores que podrían encontrar, sentiría la ausencia de lo que había dejado atrás, detalles tan mínimos que poco había sabido valorar. Se había vuelto un espacio demasiado oscuro, demasiado vacío.

No llevaba una rutina saludable, a pesar de todo el ejercicio que hacía al bailar, era lo único que hacía, y con lo poco que comía, las pastillas que tomaba para alejar sus pesadillas solo le sumaban el doble del cansancio, haciéndole dormir siempre hasta tardías horas, perdiéndose muchas veces de la luz del día.

Así se mantuvo varios meses, perdido en un agujero en el que él mismo se preservaba, siendo consciente de que lo mejor habría sido volver a su casa, con su familia, pero el sentirse una molestia nuevamente, después de que se hubieran dedicado a encontrarle aquel departamento, se lo impedía constantemente.

Muchas veces sintió que se desvanecía, que la realidad se escapaba de sus manos y que todo a su alrededor era una puesta en escena, podía llegar a creer que las personas que iban a visitarlo no habían estado realmente ahí. 

Sabía, cuando tenía algún momento de lucidez, que estaba empeorando otra vez. 

Fue entonces cuando la primera gota de esperanza ocurrió, algo que desencadenaría una fila de dominós que caerían hasta donde ahora se encontraba. Una simple llamada.

—¿Hola? ¿Felix?

El rubio habría despertado gracias a la llamada, el día ya había desaparecido y se encontraba en la misma oscuridad en la que se había dormido el día anterior. 

Tomó el teléfono y contestó por inercia, dejando que la voz al otro lado lo sacara de su confusión, haciendo un ruido afirmativo a la pregunta.

—Soy Jeongin —lo sabía y por ello había dejado deslizar una sonrisa en sus labios. No había escuchado de su amigo desde que terminaron el instituto hace ya varios meses, puesto que se había ido a otra ciudad para estudiar y ambos eran pésimos para mantener cualquier contacto. —Lo siento por no llamar antes, he estado ocupado y bastante estresado la verdad, pero tengo buenas noticias para mí y espero que para ti también. ¡Dejé la universidad!

Felix no pudo evitar soltar una risita al escuchar lo último, no entendía la emoción ante eso, pero escuchar sobre Jeongin lo había traído de vuelta a la realidad.

Se habían conocido luego de que el rubio se mudara con los Lee y lo inscribieran en el instituto del sector, ambos eran nuevos, por lo que quedaron sentados juntos y fue Jeongin quien se encargó de que pronto pudieran hablar con más soltura.

Relevé | 𝑯𝒀𝑼𝑵𝑳𝑰𝑿Donde viven las historias. Descúbrelo ahora