Alberto no apareció aquella noche, ni tampoco durante el día siguiente. Se dejó caer en el sofá vintage que tenía en su piso en la mañana del segundo día, cuando el amanecer aún rozaba las bases de los edificios de Madrid, su hora favorita. Llegó con un puñado de disculpas y otro de falsas excusas.
María prefirió no preguntar, porque hay veces que es mejor no saber. Hay veces en el que uno elige la ignorancia como supervivencia.
Pero, con el tiempo, María acabó convirtiéndose en un detector de mentiras con patas y demasiado corazón. Dejó de creerse cualquiera de las cosas que Alberto decía e intuyó que pocas cosas en su vida eran de verdad. Aprendió que cuando Alberto mentía solo se le notaba en un pequeño timbre en la voz, pero que lo hacía con una pasmosa naturalidad. Ella estaba segura de que hubiese triunfado como actor.
Aún así, había veces en las que la doble vida de Alberto era demasiado evidente, hasta para ella que estaba ciega de amor. Prácticamente todas las semanas, en algún momento, le entraban las prisas por salir de casa. Algo urgente le reclamaba y le hacía salir corriendo por el piso, subiéndose los vaqueros a saltos, mientras ponía una de sus absurdas excusas. Normalmente tenían el nombre de su amigo Raúl:
—Me voy con Raúl que se le ha estropeado el Apple Watch y le vamos a echar un vistazo. Vamos al Pez Tortilla. Vuelvo en media hora como mucho.
Pero las medias horas tenían la tendencia de convertirse en días. Durante ese tiempo, no había manera de localizarle y solía aparecer, como aquella noche del plantón, en alguna madrugada. Aunque nunca decía de dónde venía, su olor daba muchas pistas: una mezcla de suelo de bar, alcohol, tabaco y colonias que no eran la suya. Había veces que incluso se desplomaba en el suelo.
A medida que María aprendió a leer entre sus líneas de mentira, Alberto se volvió más inseguro en ellas. Llegó el punto en el que solo eran un balbuceo incoherente. Fue en una mañana de enero en la que Alberto había huido al amanecer, cuando María tocó fondo, tras recibir un nuevo mensaje suyo:
—Musa, mándame un bizum ahora mismo. No dramas, pls. Son 5o pavos —María, sentada frente al gran ventanal y alumbrada por una vela, suspiró y se preguntó cómo eso podía no ser un drama.
Estaba mirando la foto de Alberto y su hermano Álex que había enmarcada junto a la ventana, cuando el teléfono sonó en sus manos.
—Hola, Clara.
—María, suenas cansada. ¿Otra noche sin dormir por culpa del innombrable?
María sonrió. Cuando les contaba a sus amigas todo lo que pasaba con Alberto, ellas lo veían muy claro. Ella se enfadaba y se negaba a ver lo obvio y ellas se enfadaban porque ella se negase. Tenían tanta manía a Alberto, que algunas de ellas se habían negado a decir su nombre y le llamaban como si fuese Voldemort.
—Sí, pero sé que no quieres escucharlo.
—Sí quiero escucharlo, lo que no quiero es que tengas nada que contar. No al menos de este estilo.
María no supo qué contestar.
—Mira, te llamaba porque Natalia está escribiendo una nueva historia y ha visto unas fotos de la Plaza Mayor de Chinchón y quiere visitarla para ver si le encaja en la historia. Pensábamos ir a pasar el día. ¿Te vienes?
—No sé... es que...
—Vente. Te vendrá bien. Él no está, ¿verdad? Pues no estés esperándole. Que vea que no le importas.
—Pero sí me importa.
—Y demasiado. Te pasamos a recoger en media hora.
Colgó antes de que María pudiese responder. Antes de vestirse, sostuvo el móvil en las manos durante unos segundos, pensando en responder al último mensaje. Fue fuerte y no lo hizo.
Media hora después, se sentaba en la parte de atrás del coche de Natalia.
—Dame tu móvil —le dijo Natalia.
—¿Para qué?
—Te lo vamos a confiscar —dijo Clara—. Durante estas horas, nada más. No se puede desconectar si tienes al que no debe de ser nombrado llamando y mandando mensajes amenazantes cada dos minutos. Créeme, que soy una experta en estar sin cobertura. Y, además, el mundo no se va a acabar porque no mires el móvil durante unas horas.
María accedió y se relajó mientras veía pasar las calles de Madrid por la ventanilla. Fueron a Chinchón y pasearon por su pintoresca plaza. Recorrieron las calles y vieron su viejo castillo. Natalia tomaba notas y fotos y Clara y ella se hacían selfies con el iPhone de Clara.
Cuando el día acabó y la dejaron de nuevo en su portal, María reconoció que le había venido bien coger un poco de perspectiva. De esa que se adquiere no pensando en los problemas obsesivamente. Gracias a sus amigas fue capaz de poner distancia entre Alberto y ella, aunque solo fuese durante unas horas. Al evadirse de la rutina de Alberto, de su todo para ya mismo, del castillo de ilusiones de mentira que se encargaba de mostrar a los desconocidos, del carisma con el que pretendía engañar a todo el mundo; María había podido respirar.
Por eso cuando volvió a encender el móvil y vio el aluvión de mensajes y llamadas de Alberto, supo ver todo como si fuese una película. Abrió los ojos por fin y tomó una decisión mientras sacaba dinero del cajero.
Cuando abrió la puerta del piso, Alberto estaba sentado frente al piano, tocando una triste nota. Sus ojos estaban enrojecidos cuando la miró:
—¿Dónde estabas, Musa? Necesito tu ayuda.
—No me lo cuentes, Alberto. He visto tus mensajes. He estado con Clara y Natalia. Estábamos en Chinchón porque Natalia quería ir y resulta que me he quedado sin cobertura.
Alberto hizo una mueca que delataba que no la creía, pero tuvo la decencia de no decir nada. María dejó el billete de 50 que acababa de sacar en la mesa que había entre ellos. Alberto lo miró y luego a ella.
—No lo cojas, Alberto. Quédate conmigo. No cojas el dinero.
—Pero...
—No sé qué te pasa. Pero sé que tú no eres así. Que la situación te domina, que te desborda. Podemos arreglarlo.Pero hay que parar esto —María sintió como sus ojos se humedecían y vio su reflejo en las propias lágrimas de Alberto.
—Te quiero, Musa. ¿Lo sabes?
A pesar de todo, María asintió.
—No quiero hacerte daño. Pero hay cosas que... no puedo controlar.
—No cojas el dinero.
Mientras vio cómo Alberto se acercaba al billete, lo cogía y se iba por la puerta; María deseó volver a ser la creyente de las mentiras. Deseó poder volver a la ignorancia y seguir ignorando las mentiras de Alberto.
Deseó que él no hubiese cogido el dinero.
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Trirrelatos
RomanceTrirrelatos son doce historias entrelazadas, cada una compuesta por tres relatos diferentes. Cada trirrelato transcurre en un mes del año y en una ciudad distinta. Adéntrate en sus páginas para vivir historias de amor, de superación y aventuras con...